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La playa de San Lorenzo es un pulpo

El enigma sin resolver de las manchas de carbón en el arenal gijonés

Estábamos equivocados. San Lorenzo no es una playa con este nombre sita en la bahía de Gijón, es un pulpo que cada cierto tiempo suelta la tinta no se sabe muy bien si es para esconderse de la gente y no dar ese espectáculo de un arenal en dos colores, o para llamar la atención sobre los intestinos de una zona de recreo que lleva tiempo languideciendo.

El pulpo, antes de ser aplicado como elemento gastronómico, mueve sus tentáculos para esconderse de los depredadores que buscan su origen. La memoria se va perdiendo con el tiempo, y desde el año 1986, en que el barco llamado "Castillo de Salas" dejó en el fondo del mar, cerca de Santa Catalina, cien mil "alevines" de pulpo (no sé si se llamarán así) que fueron creciendo en vez de extinguirse. Ya casi no hay memoria de estos hechos, ni siquiera en esa especie experta en camuflaje, porque ambos progenitores se mueren tras la procreación. Y sólo queda una difusa herencia genética del acto que se va trasladando de generación en generación. Treinta y dos años son muchos generando incertidumbre en una playa, aunque sea milenaria. Me recuerda a aquella película de James Bond: "Octopussy" (octopus, del griego, pulpo), que daba nombre a una misteriosa mujer, papel encarnado por la actriz sueca Maud Adams, y película protagonizada por Roger Moore.

Los expertos en pulpería carbonífera no se ponen de acuerdo en el origen misterioso de esta plaga negra que embadurna la playa gijonesa por temporadas. Recién hundido el famoso barco, la gente se afanaba caldero en mano a recoger el carbón para las cocinas y estufas. Parecía aquella una época de posguerra, aunque era más la curiosidad que la urgencia económica, sin olvidar el origen de mucha población gijonesa procedente de las cuencas mineras, que veían en ese teñido veraniego su infancia reflejada en los ríos carboníferos en los que se bañaban y aprendían a nadar.

Los gijoneses de siempre y los allegados se acostumbraron a esa playa bicolor que año sí año no se muestra de modo enigmático. Esa especie de damero anárquico que se mueve al ritmo del oleaje para solaz despiste de los forasteros. El asunto empieza a ser un poco novela de misterio. Ya el escritor francés Víctor Hugo escribió "Los trabajadores del mar" en el siglo XIX, donde un pulpo gigante era protagonista. Sin olvidar a Julio Verne con "Veinte mil leguas de viaje submarino", donde no se sabía muy bien si era pulpo o calamar aquella bestia marina contra la que tenía que combatir el capitán Nemo.

No debiéramos hacer comparaciones entre un marino del siglo XIX y la autoridad municipal del siglo XXI. Entre otras cosas porque uno pertenece a la ficción y la otra todavía no ha llegado a serlo, auque todo hace suponer que no tardará en llegar, porque los misterios de la playa se multiplican: huída de la arena, aparición de esa especie de tinta, que no tiene por qué ser china, pero puede que lo sea, todo depende de los expertos del Instituto del Carbón. Pero, como en todo, no hay mal que por bien no venga. Ahora que el carbón está en declive y denostado por contaminante, a estos señores del Instituto les salió algo nuevo que hacer. Hay que reciclarse. Igual la playa necesita reconvertirse también dándole un giro gastronómico. Pulpo o calamar, para los que son "foriatos" lo mismo les da. El misterio continúa.

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