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Filósofo

Poética del "Elogio del horizonte"

Un monumento que merece ser interpretado como una obra de arquitectura o como un edificio

Hace ya tres años, el periodista José Luis Argüelles me invitó a escribir un artículo sobre el "Elogio del horizonte" de Eduardo Chillida. Se cumplían entonces los 25 años de su inauguración, y nosotros precisamente estábamos discutiendo una propuesta de un nuevo enfoque filosófico materialista sobre las artes a partir de la filosofía de Gustavo Bueno.

Partiendo del supuesto de que acción y escenario son los componentes materiales y formales de las obras de arte, el proyecto tendría que proceder analizando las partes materiales y formales de las obras de arte en sus distintas manifestaciones. En pintura, en teatro, en cine, en fotografía, incluso en literatura, la cosa parece más o menos abordable. En el caso de la escultura y la arquitectura, sin embargo, se da una dialéctica particular, porque la escultura requiere siempre una configuración escénica con la que se llena de significado. Las esculturas de los pasos de Semana Santa adquieren su articulación escénica en las procesiones; los griegos, dice Fustel de Coulanges, llevaban las esculturas de sus dioses a la batalla, como estandartes, y gran parte de la batalla consistía en capturar o destruir las esculturas de los dioses de los enemigos y defender las propias. Lo mismo podría decirse, por ejemplo, de la escultura popularmente conocida como la "Lloca de Gijón", nuestra Atenea local. Al fin y al cabo, su acción sólo adquiere sentido en un entorno escénico, digamos, "real". Por eso, su localización frente al mar cierra su significado gnoseológico, su verdad, como "Madre del Emigrante". En estas estábamos, precisamente, cuando se planteó la posibilidad de interpretar del mismo modo la escultura del "Elogio del horizonte".

Han pasado ya unos años desde aquella entrevista, pero creo que sigue mereciendo la pena intentar una posible poética materialista del "Elogio del horizonte". En aquel momento estaba empeñado en interpretar el "Elogio del horizonte" como una escultura, que es la interpretación más común. Sin embargo, en el supuesto de que fuera una escultura, habría que resolver, según nuestros parámetros, el problema de cómo articular dicha escultura en un espacio escénico, sin haber entendido previamente la acción que supuestamente estaría recogiendo ella misma. Era necesario, pues, replantearse el problema desde una perspectiva distinta. Por ello, proponemos que el "Elogio del horizonte" sea interpretado como una obra de arquitectura, un edificio; y no sólo por el tamaño, sino por su estructura. El "Elogio" es una obra de arquitectura; un edificio, aunque no es, desde luego, un habitáculo.

Ahora bien, si esto fuera así, ¿qué es el "Elogio del horizonte"? y ¿qué es lo que albergaría? Es evidente que se trata de un espacio público, de modo que su finalidad no es el habitar. Por tanto, habría que suponer que se trata de un edificio destinado a albergar ceremonias de algún tipo. ¿Qué tipo de ceremonias se recogen en él? Hay ceremonias, desde luego; son sencillas, pero muy significativas. Culminar, a modo de procesión, una visita a la ciudad, contemplar el horizonte, posar para la foto, besarse, hacerse un selfie, escuchar el mar como si el eco revelara algún arcano misterio, los cantos de sirenas, el viento. No se ve gente sentada en su regazo, ni el suelo anima mucho: la tosquedad de la tierra húmeda impone esa disciplina; y comulgar es aquí salir con los zapatos sucios de barro. Todos entramos en él de pie, reducimos el paso, y nos aproximamos a lo que revela detrás de su sagrario abierto al vacío: la inmensidad del mar, el numen que susurra misterios en ecos metálicos, que brama su omnipotencia en el abismo abierto del acantilado donde todo termina. Permanecemos un rato en su interior, en silencio, y reanudamos el paseo. Siempre hay, no obstante, algún descreído que prefiere esperar fuera. La figura del "Elogio" como templo al mar se construye dialécticamente: el "Elogio" convierte al mar en un numen sagrado y el mar sacraliza ese recinto delimitado para contemplarlo.

Nuestro dolmen de hormigón ofrece cierto refugio en su pequeño receptáculo abierto a las estrellas; también el Panteón de Agripa en Roma se abre al cielo con una elipse. Como el templo de Poseidón que los griegos ubicaron en el cabo Sunion, el "Elogio del horizonte" es un templo para comunicarse con el mar. Situado en lo más alto de nuestra particular Acrópolis, cada vez que lo visitamos le conferimos su precisa verdad artística, más allá de su belleza, como espacio sagrado de la ciudad.

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