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Medio siglo de profesión médica

A José María Tejerina, un hombre volcado en una actividad por la que siente verdadera vocación

José María Tejerina Lobo acaba de cumplir cincuenta años de su profesión de médico estomatólogo, y todavía se pone su bata y todas las mañanas baja a la consulta para ver cómo están las cosas. Tiene mérito este señor, al volcarse en una actividad por la que sentía verdadera vocación. Pero no es la única, pero ha sabido compaginarlas. Hace unos años escuché una noticia que hacía referencia al cambio de domicilio de su consulta, y cuando visité las nuevas, me maravillé y casi caigo de espaldas. Era una exhibición de buen gusto. A las espectaculares instalaciones se unía su colección de pintura moderna, exclusivamente asturiana. Allí estaban todos los dioses del Olimpo astur, desde Pelayo Ortega a Josefina Junco, pasando por Orlando Pelayo, Marcos Tamargo, Hugo Fontela, Antonio Suárez, Javier del Río, Juan Stove, Guillermo Simón, José Arias, Bernardo Sanjurjo, Edgar Plans, Ramón Prendes... Y tantos otros.

Todos reinando en un espacio que de por sí, también era un arte. Es un privilegio, pensé, tener la oportunidad de disfrutar de la inspiración de los artistas, para que se olvide el temor de la tortura. Que en manos de José María no era tanto. Nació en Grado, estudió la carrera de Medicina en la Universidad de Navarra y se especializó en Estomatología en la Universidad Complutense de Madrid, y es doctor en Medicina por la Universidad de Oviedo. Entre sus muchos galardones está en posesión del Premio Santa Apolonia, que constituye la máxima distinción de esta carrera. Ha sido profesor universitario; la docencia es otra de sus vocaciones. Es un apasionado de los toros, del tenis, del fútbol y de su familia. Y es muy buena persona, agradecido, generoso y discreto. Dios la ha recompensado con un hermoso regalo: su hijo Pablo que continúa la tradición familiar y puede seguir haciendo historia en las bocas de los gijoneses, con el estilo de su progenitor.

Sin duda somos muchos los que nos alegramos de haberlo conocido, de haber caído en sus sabias manos. Cincuenta años, medio siglo de trabajo y dedicación a sus pacientes, pero ya es hora de descansar. Y seguimos siendo muchos los que le deseamos un retiro glorioso, con la tranquilidad del deber cumplido.

Felicidades, don José María.

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