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Abu

El sueño de un polizón maliense que se hizo realidad en Gijón

Si ustedes, como yo, se han preguntado alguna vez por la suerte de esos niños de ojos extraviados rescatados vivos de una patera, descubiertos como polizones en un barco o camión, solos e indocumentados, les cuento que hace unos días uno de ellos ofreció un discurso lúcido y demoledor ante las autoridades educativas del Principado y un auditorio reunido para la entrega de los premios a los mejores expedientes, en el Conservatorio Profesional de Música de Oviedo.

El suyo no era el mejor: acabar 4.º de la ESO al borde de los 18 años no parece un triunfo. Para Abusaidu Issifu es una victoria, la confirmación de que la decisión que tomó con 13 años de salir de Mali dejando atrás a su madre y dos hermanos pequeños, valió la pena. Él recogía uno de los premios al esfuerzo personal. Era evidente que el suyo va más allá de lo académico, es la lucha por la supervivencia.

Abu es uno de los cerca de 6.500 menores inmigrantes que viven en nuestro país, al que han llegado sin familia. La actual legislación impide que sean repatriados; han de ser acogidos y escolarizados. Las comunidades autónomas se convierten en tutores legales hasta la mayoría de edad. Mientras tanto, deben asistir al menor para regularizar su residencia a través de gestiones con sus países de origen. La mayoría de los críos entran sin papeles porque los han perdido por el camino o porque prefieren no mostrarlos para alargar así su consideración de menores y estar acogidos.

No fue el caso de Abu, tras su viaje de dos años desde Mali, Ghana y Costa de Marfil hasta entrar en Galicia como polizón en un barco, se presentó en una comisaría con su documentación. El relato de ese periplo fue una sola frase de puro trámite en su discurso pero una carga de efecto retardado en la mente de quienes escuchábamos -profesionales de la educación, madres, padres- incapaces de concebir a un crío solo, vulnerable, sin medios, cambiando de continente. Pero es un flujo incesante. Está ocurriendo ahora.

También explicó -con la bella simplicidad discursiva del castellano recién aprendido- de qué estaba huyendo: de ser reclutado como soldado. Así se lo dijo a su madre. De nuevo, nuestras mentes viajando al centro del horror desde la mirada de padres y madres de nuestros propios hijos. Mientras, aquel adolescente espigado de camisa color azafrán ya estaba en el presente, agradeciendo al profesorado y dirección del IES Calderón de la Barca de Gijón y a la asociación Norte Joven de Mieres el apoyo para llegar a buen puerto. Esas benditas buenas gentes que la vida también sabe poner en el camino.

Abu quiere ser auxiliar de enfermería y rescatar a su familia de tanta acechanza. Pero también éste nuestro es territorio hostil. Cumplir los 18 es despeñarse hacia otra realidad sangrante. La administración deja de tutelar a estos jóvenes, se quedan desamparados, incluso no regularizados por la dilación administrativa para completar el proceso. Pierden el techo que les cobijó, el calor, la formación, la comida diaria. Son lanzados a la selva de la calle. Sólo las instituciones de asistencia social pueden ofrecerles apoyo para seguir buscando su hueco en el mundo. Ésa será la próxima etapa de Abu. Otros la emprendieron antes. A otros la vida nunca les someterá a esas pruebas. Mundos desiguales para la misma inocencia.

Al terminar el acto me acerqué a Abu para felicitarle por su discurso, me obsequió con una sonrisa de oreja a oreja y se fue corriendo a la foto de grupo. Otros jóvenes premiados dejaron dichas palabras muy hermosas sobre la importancia de la educación, del esfuerzo. Pero la autoridad moral de Abu fue lo que nos llevamos al salir, el regalo de su perplejidad porque haya quien no sepa aprovechar tantas oportunidades. ¡Claro! De eso, de todo, hay que correr la voz, querido Abu.

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