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Helena y los bichitos

Con el frío aparecen las primeras fiebres y los remedios aprendidos en veinte años de crianza

Helena. Menos mal que existe la discriminación positiva y a la ciclogénesis anterior le pusieron nombre masculino, porque ya está bien de poner nombres de féminas a los fenómenos atmosféricos que arrasan con todo, que dada la enorme cantidad de huracanes, tormentas perfectas y vórtices polares, ya nos íbamos a quedar sin santoral. Y además me sentaba fatal que a algo que acaba destrozando todo lo que encuentra a su paso, le pongan nombre de mujer, porque si en algo nos parecemos a un vendaval como este, será en la fuerza que ponemos a todo lo que intentamos.

Pero lo dicho, que a estos desastres les pongan también nombre masculino. Así que a lo que acabamos de pasar le llamaron Gabriel, que ya es algo. Y dado que se entrelaza una con otra, presiento que no les va a dar casi ni tiempo a bautizarlos. Acaba de irse Gabi y aparece Helena, con su frío, sus olas gigantes, su lluvia y su cielo gris que acaba oscureciendo la sonrisa más luminosa. Que me lo digan a mí, que este tiempo me apaga y no sólo anímicamente, que también, sino que mis huesos lo presienten mucho antes de que Helena aparezca en nuestras vidas. Y no sólo mi maltrecha rodilla, sino que les juro que me duelen hasta los dedos de los pies, que casi no puedo articular del dolor que me atraviesa.

Ejercer así de abuela, agachándome, levantándome, poniéndome en cuclillas para jugar a las tiendas en el suelo, se convierte por tanto en misión imposible. Y es que el hecho de que casi nos salgan aletas porque no para de llover y ventar desde hace un mes, hace que los niños tengan que estar en casa y no en el parque, y los angelitos ya no saben qué hacer? Y con ellos los problemas, porque además viene el frío y aparecen los bichitos esos que tienen postrada a mi niña desde hace tres semanas, en su primer año de cole, que como todos sabemos, implica fiebre, gripe, mocos verdes y demás, que van y vienen sin darnos tregua.

Ahí llega la segunda parte, la de abuela de la criatura enferma. ¿Que tiene fiebre altísima? Pues nada: paracetamol y si le sube mucho alternar con ibupofreno cada cuatro horas, que otra cosa no, pero puede jurarles que mis tres hijos (sí, tres) tenían fiebres altísimas cada 15 días durante casi 10 años sin parar, porque cuando no era uno era el otro ¿Que pasa de 40? Paños en las articulaciones, desabrigar al infante, y baños en agua templada y cuidarlo con todo el mimo posible.

No me pasé noches en vela, poniendo aquel termómetro que no había quien pudiera porque los míos no se apagaban con la fiebre, qué va, se ponían espídicos y agresivos, dando patadas a diestro y siniestro, no tomaban el jarabe, no toleraban supositorios, etc. Así que ante las primeras grandes fiebres de mi princesa celta, voy yo, abuela sabia, porque de gastroenteritis y fiebre sé un rato (calculo la temperatura con los labios sin desviarme medio grado), y con la experiencia que me da la maternidad espeluzante que pasé con ellos, guasapeo a su padre con indicaciones precisas? y hete aquí que no sé, palabrita del niño Jesús, cómo demonio sobrevivieron mis tres nenes, que jurado estaban con 40 grados día sí, día también. Porque ahora resulta que la fiebre es buenísima, y dicen los pediatras que así se defiende el paciente de los bichitos, que de paños nada de nada, que no se puede alternar ibupofreno (en mi época era aspirina, toma ya) y paracetamol, y que salvo que el niño se queje no se le dé nada de nada. Que ni se le abrigue ni se le desabrigue y vamos, que dejemos que la naturaleza siga su curso.

Así que nada, me trago mis veinte años de crianza, los consejos de mi pediatra de entonces, que por cierto era de lo mejorcito, me enfundo mi sabiduría donde me quepa y me quedo mirando cómo marca 40 grados el aparatito que le acerco a la frente a mi princesa celta (nada de termómetros que rompen y que hay que aprisionarlos bajo el brazo cinco minutos), y rezar para que se quede ahí, aunque esté encendida, ardiendo en amor divino.

En fin, es el progreso. Y no seré yo quien enmiende la plana a los pediatras, por Dios, pero les juro que pienso en cómo pudieron sobrevivir mis tres retoños, haciendo las barbaridades que hacíamos. Milagrito.

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