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Crítica / Música

La OSPA exhibe músculo sinfónico

Era una oportunidad perfecta para lucirse, un programa a medida para brillar por secciones y como conjunto que la OSPA supo aprovechar. Las obras de Bartók y Dvorák vertebraron el repertorio, dos caras distintas del sinfonismo que la orquesta supo afrontar con valentía, carácter y precisión, bajo la diligente batuta de Jaime Martín. Sin duda el título del recital "Contrastes" fue más que descriptivo de lo que vivimos en el Jovellanos. Entre ambas obras, la flautista Clara Andrada se lució en una perfecta combinación de técnica y sentimiento con el "Concierto para flauta" de Jaques Ibert.

La "Suite de danzas" de Bartók abrió la tarde y, en pocos minutos, desplegó todo el arsenal de temas populares, ritmos cambiantes, variaciones de tempo. El compositor húngaro es además una de las grandes (y primeras) figuras de la etnomusicología, y su labor como recopilador de música popular se filtra en sus composiciones sinfónicas, especialmente cuando se evocan aires de danzas, como en esta pieza. La densidad de recursos mantuvo al público alerta, especialmente con el acertado juego con el tempo y los precisos cambios de acentuación. Los vientos llevaron el peso de la obra, lo que ofreció también una amplia paleta tímbrica, pero lo más destacado fue el buen funcionamiento del conjunto orquestal con un Jaime Martín que se empleó a fondo para mantener el control en todo momento.

El cambio de tercio fue total con el "Concierto para flauta" de Ibert. Aquí se impuso la eufonía, no exenta de disonancias propias del modernismo musical de un Debussy. Es una obra exigente y con todos los mimbres para que el instrumento solista exhiba virtuosismo bien arropado por una orquesta de maderas. Clara Andrade hizo fácil lo difícil, porque todo fluía con naturalidad, tanto los fraseos precisos y veloces dialogados con la orquesta como los desarrollos prolongados del "Andante", en el que se esmeró para construir un sonido cálido y cargado de emoción. El "Vivace" final fue más agresivo y contó con varios pasajes a solo que permitían adivinar la ovación tras la cadencia final.

Obra de grandes dimensiones para la segunda parte; La "Sinfonía nº 6" de Dvorák es una de esas piezas que demandan tiempo para avanzar, y la OSPA lleva años demostrando su capacidad para dar vida a estas arquitecturas sinfónicas. Los temas sólidos discurren sin complicaciones con una orquestación compacta, y el reto en la interpretación está, en parte, en evitar la monotonía. La OSPA lo logró a base de una buena conducción de temas y determinación en los pasajes más intensos. Fue más difícil de lograr en el largo y aletargado "Adagio", pero el juego rítmico del "Scherzo" y, en especial, la luz que desprende el "Finale" consiguieron emocionar al Jovellanos. La cadencia preparada de este último movimiento fue vertiginosa, y la ovación al acabar el concierto sonora, prolongada y merecida. Noche de contrastes y exhibición de músculo de una OSPA que supo amoldarse a las necesidades de cada obra.

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