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Desorden circular

Técnicas para ordenar el caos de las posesiones cotidianas y vidas ligeras de equipaje

Llevo semanas preparando cajas de libros para donar a la red gijonesa de bibliotecas, cuyos fondos, como saben, no se han incrementado en el último año al no contar con presupuesto. Por primera vez, además de la literatura infantil y adolescente cuyos lectores crecen, había incluido otros títulos, libros que habían llegado a mí por donaciones de terceros, ya que la alternativa era el contenedor, sólo escucharlo me espantaba y he sido muchas veces recolectora. Pero por primera vez y por cuestión de espacio tocaba racionalizar en casa. Y en ese proceso me hallaba hasta que visité una tienda asturiana de libros de segunda mano.

Entré, como lo he hecho muchas veces en este tipo de negocios, a hacerme, por una pequeña inversión, con un par de títulos que me atrapasen. Tengo muy buena experiencia de esas compras, he disfrutado de auténticas joyas regaladas. Y me gusta la sensación de leer tras la lectura ajena. Pero esta vez ocurrió algo nuevo: me encontré hojeando con interés un libro idéntico a otro del que estaba dispuesta a desprenderme. Me sentí pillada en falta aunque no hubiera sabido definir mi pecado: ¿alarde de insensibilidad en aras a hacer sitio en casa? ¿cuántos factores influyen en dar una oportunidad a una historia o renunciar a entrar en ella?

Quizás porque he vivido la experiencia de vaciar el hogar de alguien que ya no está, quizás porque con los años veo como una quimera el orden redondo en casa, el caso que me produce sentimientos encontrados la fiebre por los métodos de orden doméstico, una de cuyas gurús es la japonesa Marie Kondo, con serie propia en Netflix. En cada episodio, una o varias personas abandonadas al caos doméstico mórbido son rescatadas del abismo por este etéreo ser feliz que conquista espacio a base esencialmente de tirar objetos que sobran. También libros, causando un importante revuelo.

A mí la sabiduría del buen desprenderse de apegos materiales me parece una conquista en sí misma y creo que es, en el fondo, la que practica esta muchacha impecable e inmune, al contrario que el resto de los humanos, a los efectos del cuerpo a cuerpo con un armario: no suda, no pierde la sonrisa, no se despeina ni se le corre el maquillaje. Carga con enseres como si volara y todo parece quedar al final embargado de luz y preparado para la felicidad.

Es verdad que después del tirar queda organizar lo que se ha salvado de la criba y ése es también un arte que domina la asiática. Pero donde realmente se haya la almendra del asunto está en el origen del caos: nuestra pulsión por acumular objetos de muy diversa utilidad y valor en un espacio limitado, inclinación que nos lleva inexorablemente a un juicio final sobre nuestras posesiones. Y hay quien se desprende con facilidad y quien siente que se le va parte de su ser por un desagüe invisible. ¿Dónde estará el equilibrio imposible?

Quizás en no ansiar poseer o seleccionar con rigor espartano lo que se posee hasta reducirlo a lo estrictamente necesario. Ignoro cómo anda de orden el hogar de José Mújica, expresidente uruguayo icono de la ética en la vida, pero estoy segura de que ha sabido hacerse con lo imprescindible o, dicho a la inversa, no caer en la tentación de lo accesorio.

Cuenta Jacques Issorel en su libro sobre los últimos días en Collioure de Antonio Machado que aunque el poeta era de vivir austero, la situación llegó a ser tan precaria en aquel hotelito que fue su último refugio, que para bajar al comedor se alternaba con su hermano José porque disponían de una única camisa que compartían de día y lavaban de noche. Ochenta años se cumplen de aquel último viaje de Machado, tan ligero iba de equipaje.

Quizás no venga mal, no tanto una buena estrategia de orden en casa -que nunca sobra- como la lucidez necesaria para no hacer de las posesiones un fin en sí mismo, un caos íntimo que se retroalimenta y vuelve circular. En mi caso, por esta vez he roto el bucle para mi pequeño libro rescatado de la caja de cartón. No ha de entrar de nuevo, simplemente se queda.

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