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Programas de vísceras

Cuando el bisturí de la indecencia se adentra en el dolor ajeno

Bien, lo sé. Aunque es más que obvio que el cambio climático existe, a pesar de las opiniones de Trump o el primo de Rajoy, una, que no esperaba un febrero primaveral, reservó una semana de asueto en las islas afortunadas. Más que nada para secar del enero en el que casi me salen escamas, y porque el sol es necesario para recargar pilas, para poder trabajar el resto del año.

Así que aquí me tienen, disfrutando del sol, de la natación (el único ejercicio que practico aparte del digital con el ratón del ordenador), y de las comidas que devoran los guiris, a lo que me apunto sin problema, desayunando huevos con bacon. Sí, sé que no es lo más saludable y lo sabe mi conciencia, que me suplica que me ponga a dieta estricta al llegar a casa, con ejercicio incluido, porque así me lo recomienda mi médico para mantener a raya a la prediabetes y al colesterol. Y mientras, disfruto cual lagartija, que seguro que he estado reencarnada anteriormente en este reptil, y veo la televisión en horarios no habituales. Y vale. Empiezo con una cadena en la que hablan del crimen de Llanes, ahondando con total precisión en las vísceras más íntimas de todos los protagonistas. Vale, es de actualidad. Paso de cadena, porque ya los wasaps del presunto inductor proclamando el amor por la infiel me crujen pelín. Pero hete aquí que cambias de cadena y ves entonces exactamente lo mismo en otro dial. Llegando hasta la primera, la que pagamos todos los españoles, en la que también le dan cancha al asesinato más célebre de nuestra tierra. Y sí, por fin, cansada ya de tanto culebrón, cambio de cadena, a una hora determinada, mientras me echo la crema para tomar el sol, y veo que están recordando el asesinato del pequeño Gabriel. Vuelvo a zapear, no quiero volver a revivir todo aquello. Y resulta que en otra de las cadenas aparece el padre de Marta del Castillo, al que entrevistan nuevamente para dar más carnaza a quienes la necesitan. Pero no queda ahí la cosa, qué va. En otro canal, lo juro, se hablaba del caso Julen, persiguiendo a los pobres padres que iban apartando los fotógrafos y cámaras porque el dolor no se debe retrasmitir sin ningún tipo de pudor.

La verdad es que me cuesta entender que esto siga siendo noticia, que haya un público al que contentar con este tipo de información, en la que las vísceras están tan presentes, en las que el bisturí de la indecencia se adentra en lo más profundo del dolor ajeno para mostrarlo sin piedad a los que quieren devorarlas con avidez. ¿Qué clase de gente es feliz o se siente bien, cuando se retransmite de forma tan procaz el alma y el sufrimiento humano? No lo entiendo. No lo comparto.

Creo que si nadie nos pone un límite, este debería estar implícito en el carnet de periodista. Pero algo tiene que subyacer en la conciencia colectiva para permitir este tipo de contenidos en la televisión. Pena, mucha pena. No poder poner la televisión para entretenerte, para distraerte, o para escuchar informaciones que tengan algo que aportar y no sacar hasta límites insospechados lo peor y lo más horrible del ser humano, por una parte, y el sufrimiento sin paliativos de otros que no pueden hacer otra cosa que seguir la corriente de quienes comercian con su dolor. Me da asco y pena.

Querría haber podido ver la televisión como un divertimento más de mis vacaciones, pero no he podido más que prescindir de los programas matinales en los que después de la tertulia política (por cierto, que debes ver según tu ideología en distintos canales) empieza el programa de las vísceras. Esas que retuercen y exponen sin ningún tipo de censura.

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