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Una histórica confitería que regresa a su lugar de origen

Los bombones locales nada tienen que envidiar al chocolate belga

Sólo ha estado en otra ubicación tres años, mientras la restauraban, pero los gijoneses de toda la vida la echábamos de menos en el número 61 de la calle Corrida, como suele ocurrir con casi todas las obras estos días, fue como la del Escorial, pero finalmente la tenemos en su sitio. Paso por delante y se me pega la cara al escaparate con todas sus maravillas. Yo hago como Carpanta porque como últimamente me subió el azúcar y no puedo comer dulces me quedo allí delante comiendo con la mirada.

Para mí y mi familia es la confitería estrella y mira que en el Gijón de ahora es difícil decirlo porque es la ciudad más dulce del mundo y la que tiene las mejores confiterías. Ríete tú de Viena, que tiene muy buenas confiterías y salones de té pero Gijón no tiene nada que envidiarla, y no es exageración. Y nuestros bombones, los de Peñalba, los de la Playa, etc. No tienen nada que envidiar a los belgas de Lady Godiva.

La Playa se fundó en 1921 en un local cerca de la playa por eso se llama así y es la confitería en activo más antigua de Gijón, en principio era un salón de té y confitería al más puro estilo europeo pero en 1938 se trasladó a la calle Corrida por un problema de aguas. Desde entonces ha sido un referente para los gijoneses. La fundaron Ambrosia García y Fabián Castaño, a quién se deben las famosas princesitas, producto estrella de la casa, están hechas de yema, almendra y un baño de azúcar y junto con las pastas de nuez y los piñones te puedes morir de placer, regalas una caja llena de semejantes maravillas y te adorarán para toda la vida.

Parece ser que Ambrosia y Fabián habían hecho un viaje por Europa y vieron aquellas estupendas confiterías así que decidieron abrir una en Gijón, primero fue salón de té pero al cambiar a la calle Corrida se convirtió en confitería. Ahora lleva la Playa la cuarta generación de la familia con Inés Villaverde a la cabeza y estoy segura que irá mejorando si cabe. Me parece algo a envidiar que la misma familia se ocupe de su negocio durante cuatro generaciones y casi cien años.

Cuando hoy en día la mayor parte de los negocios familiares quiebran, se cierran y si van un poco bien se venden. Una pena. Es maravilloso que una familia luche por su negocio y no se deje amilanar.

La Playa tiene en su poder libros de recetas antiguas, muchas alemanas que ya se sabe que son unos amantes del dulce, que se proponen utilizar y recrear, pasarán a engrosar su lista de especialidades, la tarta soufflé, la capuchina, el bizcocho genovés, la de piñones, los buñuelos, el mejor hojaldre. No en vano la nombraron la mejor confitería de Asturias.

En Navidades tienen unos turrones especiales impresionantes, los polvorones de almendra y sobre todo los maravillosos roscones de Reyes rellenos de pasta de almendra. Yo los recuerdo desde pequeña con placer porque eran exquisitos y con horror porque mi madre me enviaba a recoger el roscón y aunque estaba encargado te pasabas horas en la cola. Todas las hermanas protestábamos sin parar cuando nos tocaba el turno de ir a por el roscón pero luego cuando lo teníamos en la mesa se nos olvidaba todo.

También recuerdo el pan de sándwich y las medias noches con las que mi madre obsequiaba a sus amigas en las meriendas, aquellas meriendas de mantelitos de hilo y juegos de café de porcelana fina. Siempre había que ir a La Playa a por ellos, amén de otras cosas. Mi madre tenía un éxito tremendo con sus meriendas y más cuando iba a Madrid y llevaba a sus hermanas las cajas de fruslerías de la confitería gijonesa.

Yo heredé esa costumbre y cuando tenía meriendas en casa, no podía dejar de pasar por La Playa. Y cuando viajo llevo una caja repleta de lo mejor como obsequio.

Aparte era muy entretenido porque siempre te encontrabas con amigas y charlabas de lo divino y de lo humano y te ponías al día de las novedades gijonesas.

Siempre recordaré a Marisé Castaño al pie del cañón, atendiéndonos a los clientes de una manera regia. Siempre en la brecha con una sonrisa, yo cuando iba con alguno de mis nietos siempre les daba una princesita o un bombón. Era el alma del lugar y era un placer encontrártela, charlar un poco, poco porque siempre estaba ocupada, fuimos amigas y compañeras de colegio toda la vida pero nos veíamos muy poco por nuestras respectivas ocupaciones, espero que ahora podamos vernos más a menudo.

Días atrás nos ofrecieron una inauguración, comme il faut, probamos de todo, charlamos con los amigos de siempre, admiramos como quedó el local y prometimos volver aunque yo no tanto como quisiera porque me va a salir el azúcar por las orejas.

Larga vida y mucho éxito a este lugar tan emblemático de nuestra ciudad gijonesa.

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