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Siglo M

Ya no hay un lapso de un 8-M a otro, sino una prórroga con intención social de cambio

Más allá de la emoción que desataron las palabras del niño que cerró las intervenciones al final de la manifestación del 8-M en Gijón, cuando aún había quienes acababan de echar a andar desde el punto de partida.

Más allá de tantos grupos familiares intergeneracionales donde las abuelillas sabias fingían dejarse llevar por las jóvenes de la casa que saben, sí, pero ni imaginan lo que había que soportar hace nada. Parejas maduras, otras jóvenes con portabebés o empujando carritos, críos en sueño profundo en mitad del gentío, perros aguantando el tipo por lealtad a sus humanos adoptados.

Más allá de encuentros, reencuentros y complicidades, imágenes compartidas, dale que te pego al 8-M, reporterismo de grupo de Whatsapp que iba dando la dimensión de la vivencia.

Más allá de los compañeros de trabajo que hicieron huelga o paros, sin estridencias, con la misma normalidad con la que otros no y sin debates estériles e impertinentes acerca de quién convocaba a quién y para qué.

Más allá de todas esas estampas que yo he ido colocando en el álbum de mi memoria de estos días, hay una imagen con la que cierro -con punto y seguido- mi particular 8-M de este año: la de un grupo de chicos en la manifestación. Un grupo de chicos solos. Creí ver más de uno pero quise cerciorarme en este caso para celebrarlo en mi fuero interno, llegar a algunas conclusiones y -como ustedes pueden ver- para contarlo.

Los muchachos suelen ir a estas citas haciendo pandilla con sus amigas o novias, hermanas o primas; también puede haber en el grupo alguna persona LGTB+. Es el universo de los afectos y experiencias vitales más próximas lo que ayuda a sensibilizarse con las causas aparentemente ajenas para empezar a comprender que no lo son, que la felicidad del otro es esencial para la propia. Todo es un aprendizaje; eso sí, hay que ser sensible para ir pillando al vuelo las lecciones de la vida, claro. Si no, pasan de largo.

Pero en este grupo no había chicas ni aparente diversidad, eran cinco chicos hetero que a las nueve de la noche de un viernes estaban acoplados a una mareona violeta, avenida de la Costa abajo, ora compartiendo sus impresiones entre ellos, ora haciendo fotos con el móvil e intercambiando mensajes, con una normalidad que emocionaba como sólo sabe emocionar la normalidad cuando anda escasa.

Allí estaban los cinco, integrados en la riada ruidosa, unos metros por delante de un grupo de muchachas muy jóvenes -ellas sí son un delicioso clásico de vehemencia juvenil- que habían preparado a conciencia indumentaria, pancartas y cánticos, "sola, borracha, quiero llegar a casa", "me aprieta el chocho la talla 38". Ellos, ni un indicio de sentirse fuera de contexto.

El grupo era idéntico a otros completamente distintos, homologable en aspecto y comportamiento a esas manadas que han marcado nuestra historia reciente, o a esos otros que jalean, justifican, se mofan, subestiman, desacreditan perpetúan? Pero lejos de todos esos patrones que generaciones han grabado a fuego a generaciones, estos muchachos se representan a sí mismos y han sabido configurar un futuro deseable propio. Revelador. Determinante. No es que lo hayamos comprendido la inmensa mayoría de nosotras, es que ellos también se están sumando. Habla la sociedad.

Todo abunda en mi convicción de que ya no hay un lapso de un 8-M al siguiente, que estamos en la prórroga hacia la igualdad efectiva. Es frágil y las acechanzas son muchas. Pero el mensaje de la sociedad es tan claro que tratar de desvirtuarlo es incurrir en ridículos de patán ignorante. Habremos de fiarlo largo, digamos que, con siglos de retraso, nos toca éste. Y que será decisivo para todas? y todos.

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