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Abusos sexuales en el seno de la Iglesia

El último caso denunciado en Gijón rompe con la habitual falta de transparencia de la institución eclesial

En fechas recientes, este periódico se ha hecho eco de un supuesto caso de abuso sexual en el colegio de la Inmaculada por parte de un sacerdote jesuita a un escolar del centro. También, en el pasado mes, se celebró en el Vaticano la denominada "Cumbre anti abusos", una iniciativa del papa Francisco ante el creciente número de denuncias y que tenía entre sus objetivos ser un punto de no retorno contra la pedofilia en el seno de la Iglesia, escuchar a la voz de los menores abusados.

Respecto al supuesto caso de abusos en Gijón, tiene una característica muy importante en relación a otros casos denunciados. Es un caso actual, que supuestamente se ha producido hace unos años. Poco hay que decir hasta que se haga pública la resolución judicial. Por lo que ha salido en los medios de comunicación, parece que la actuación de la Compañía de Jesús, en este caso, ha sido la correcta.

Por otra parte, los efectos de la cumbre anti abusos, habrá que verlos en el tiempo. Me parece que hay varias claves a tener en cuenta para no caer, de nuevo, en los mismos errores. Una sería admitir que la falta de trasparencia es un problema grande -y grave- en la Iglesia. Esa falta de transparencia ha llevado, durante años, a que se defendiera más a la institución que a las víctimas. Si todo esto no fuera ahora un problema público -incontenible- dudo que la Iglesia, por sí misma, hubiera optado por escuchar a las víctimas de modo proactivo y poner a disposición de la justicia civil a los abusadores. Junto a la transparencia, parece cada vez más recomendable modificar la estructura jerárquica para determinadas problemáticas. No puede ser que todo dependa del provincial de turno en el caso de una congregación religiosa o del Obispo en las diócesis. Tiene que haber organismos eclesiales, independientes de las esferas de poder, con total autonomía para atender a las víctimas, apartar a un sacerdote del servicio público y denunciar. Mientras todo esto siga dependiendo de modo exclusivo de quien ostenta el poder, siempre habrá un resquicio para el ocultamiento, para tratar de reducir el impacto sobre la institución.

Otra clave, muy importante, sería no centrarse sólo en los casos de abusos a menores. En el seno de la Iglesia se dan otros casos de abusos de los que, al menos de momento en Europa, no se habla. Son abusos -sexuales en algunos casos, en otros psicológicos- dirigidos a adultos (religiosas, seminaristas). Formadores o sacerdotes o superioras que, haciendo uso de su posición de poder, abusan de modo reiterado de jóvenes que acceden a la vida religiosa. Se aprovechan de la vulnerabilidad de la persona, y se trata de casos de abusos ya que hay una relación de desigualdad grande en la relación. Este tipo de abusos, aunque se trate de personas adultas, son igualmente denunciables. Del mismo modo que el cliente de un psicólogo puede denunciar al especialista en caso de que el profesional haga uso de su poder y se aproveche de la vulnerabilidad de la víctima; también el seminarista o la monja debería poder denunciar, con libertad y respeto, el abuso (sexual o psicológico) por parte de un sacerdote, formador o superiora. La realidad, actualmente, es que este tipo de casos son silenciados, cargando sobre la víctima una culpabilidad que le destroza interiormente. No sobran casos en los que se espiritualiza el abuso, con mensajes y acciones totalmente ambiguos en las relaciones: sacerdote-seminarista, formador-seminarista, superiora-monja, confesor-monja.

La última clave, que va muy en relación con la anterior, sería desvelar, aceptar y depurar la existencia de una "doble vida" en no pocos religiosos/as y sacerdotes. Una doble vida que toca de lleno la dimensión afectiva, pero también la económica. Esta doble vida -conocida, permitida y silenciada- en algunos casos por la propia jerarquía, es el refugio perfecto de quienes no afrontan su propia realidad y de los que "huyen" de la vida con todas sus consecuencias. Con los abusos a menores se tiene la coartada perfecta para "normalizar" -siempre desde lo oculto, sin alterar la condición de "doble vida"- este tipo de actos. Si dos sacerdotes tienen una relación entre ellos o un sacerdote con una mujer del pueblo, aunque la conozcan los compañeros o incluso los fieles, al menos es una relación consentida por ambos. Sin embargo, a ojos de los fieles, esto comporta un acto grave, un antitestimonio, una contradicción por parte de una institución que no se reserva lo más mínimo en proponer normas morales a sus fieles y a la sociedad en general.

Algunos podrán pensar que con un celibato opcional se podrían superar todos estos problemas. Lo cierto es que los mismos están presentes en la sociedad, no son exclusivos de la Iglesia. Hablan de nuestra condición humana, que es débil y frágil. Lo dramático en el caso de la Iglesia es que aquella persona que tiene por vocación ser pastor y guía termina abusando -de un menor o de un adulto- en el ejercicio de su ministerio. Ante eso no queda más que acoger y escuchar a la víctima, que retirar del ministerio al abusador y ponerlo a disposición de la justicia civil, también acoger y escuchar al abusador, y poner una atención especial en la selección de aquellos (hombres y mujeres) que piden el acceso al seminario o a una casa religiosa. El seminario no puede ser la casa en la que se madura y se solucionan los problemas del pasado, hay que entrar maduro y con los problemas personales -reconocidos, aceptados y trabajados-. Para ello hacen falta formadores, formadoras, sacerdotes, maduros y sanos -psicológica y espiritualmente-, suficientemente formados y libres para descartar a quien no reúne las condiciones o para despedir al que se le detecten incoherencias con el modo de vida. A veces la misericordia se viste más de este descarte (fraterno y acompañado), que de un mirar para otro lado.

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