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Crítica / Música

La OSPA se sumerge en el siglo XX

Los aficionados a la música clásica han experimentado dos conciertos consecutivos en el teatro Jovellanos de lujo. El miércoles con el "Trío Wanderer" y su interpretación de los maravillosos tríos de Franz Schubert y el jueves con tres obras del siglo XX de tres compositores singulares: Lutoslawski, Bartok y Sibelius.

Béla Bartók inspiró al polaco Witold Lutoslawski para componer "Música fúnebre" y la OSPA la interpretó por primera vez, en esta ocasión dirigida por el suizo Baldur Brönnimann. La obra estructurada en tres movimientos contrapuntísticos, atraviesa momentos de tensión y pasadizos sinuosos que Brönnimann supo conducir con dinámicas oscilantes muy contenidas. Gran obra y gran dirección de orquesta, con la sección de cuerda como protagonista.

Para la interpretación del "Concierto para piano nº 3" de Béla Bartók -última composición cuyos diecisiete compases finales fueron completados por su alumno Tibor Serly, tras la muerte de Bartók-, se contó con un pianista excepcional: el ucraniano Vadim Kholodenko. Obra de difícil ejecución por las exigencias rítmicas y la colorida orquestación que requiere, el primer movimiento destacó por el ensamblaje de la orquesta en diálogo con el piano. Si en el segundo movimiento quedó de manifiesto la gran sensibilidad del Kholodenko fue en el Allegro Vivace donde el pianista invadió nuestros oídos con su vitalidad y energía, destacando con gran precisión los fraseos virtuosísticos. El buen entendimiento entre el pianista y el director de la orquesta propició una versión fantástica de la magistral obra de Bartók, estrenada en 1946. Hasta los miembros de la OSPA le rindieron una estruendosa ovación al pianista que fue correspondida con propina, interpretando una pieza de Henry Purcell.

Tras la pausa, para terminar la "Sinfonía nº 3 en do mayor" de Jean Sibelius, una obra estrenada en 1907 y menos interpretada que otras del mismo autor. La aparente sencillez de la obra es engañosa, quizás por estar más alejada del Romanticismo que sus anteriores sinfonías. Estructurada en tres movimientos es el Moderato-Allegro el que más destaca por su fusión de un Scherzo y un Finale, con un tema claramente recurrente. El director consiguió extraer de la OSPA una interpretación clara y diáfana con un marcado pulso que trascendió por momentos de viva intensidad. Muy bien la dirección y muy bien la elección del programa dedicado íntegramente al siglo XX.

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