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El bar de la esquina

Porque somos sociables y buscamos el calor de la gente, los cafés nos sirven de pequeño refugio

Muchas mañanas me tomo un café en el bar de la esquina. Es decir en uno de los cientos de bares que existen en Gijón. Uno de los parroquianos con los que coincido me dice que el bar es como una pequeña "capilla laica", una piedra fundamental en la vida de esta zona donde está situado el Sagrado Corazón de Gijón. Este bar se llama "Art Noir", y lo lleva Arturo Morillón, está en la esquina de la calle Begoña, y a tiro piedra de mi casa, tal como debe ser la distancia entre el parroquiano y la "capilla laica".

¿Por qué tanto apego al bar de la esquina? Pues porque somos sociables, nos gusta el roce, la cháchara, la compañía, el calor de la gente nuestra. Por eso todo parroquiano conoce el nombre de su camarero, algunas veces dejamos las llaves de casa o del coche en el bar. Y en el bar está la sala de lectura, la oficina de correos, el almacén de algunas cosas, y la agencia informativa de lo que pasa en el barrio. Sin olvidar el encuentro con los amigos o las conversaciones sobre el Sporting.

En esta esquina de Begoña, en "Art Noir", todos hablamos con todos, pero sin molestar. Y Arturo oficia como amigo silencioso que administra, restaña y acoge con paciencia ese pequeño rosario de soledades. Hoy vi a un hombre que se sienta siempre en la esquina a leer el periódico, a una mujer mayor que pide un café en la barra, a un chico joven emigrante con su sonrisa tímida. Y a mucha gente corriente.

Ya sé que para quitar los sufrimientos están los amigos y los curas en las iglesias, pero el bar de la esquina sigue siendo un oasis en medio del asfalto, un pequeño refugio para tomar un café y que alguien te mire. Y también puede que sea uno de los lugares donde ha desaparecido la prepotencia, y sólo queda lo que tenemos de humanos.

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