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Pink taxi

Mujeres taxistas y sociedad civil organizada frente a la inoperancia

Acabo de regresar de un congreso internacional de Formación Profesional en Valencia. Como la ciudad estaba de resaca fallera, tenía su gracia en los hoteles la convivencia entre gentes en frenesí congresual y otras haciendo las últimas rutas turísticas con las retinas y tímpanos aún saliendo del susto festivo. Una pareja británica de regreso a casa, todavía estremecida por la Nit de la cremà, me decía que "aquello tenía mucho riesgo". Pensé en el Brexit, en el fallero que encendió la mecha, en las empresas y sociedad civil cual bomberos sufriendo para aislar el fuego, en la mascletà final que nos espera. Huimos de ciertos riesgos superficiales y vivimos inconscientemente instalados en otros decisivos para el futuro.

Podría aprovechar estas líneas mías semanales para resumirles lo debatido en el congreso. No lo haré, habrá otras oportunidades de insistir en la almendra del asunto: dejar de subestimar a la FP es una de las principales contribuciones al bienestar de las nuevas generaciones y al crecimiento económico de nuestra sociedad. Más que políticas y recursos, que también, es urgente un cambio de mentalidad. No cuesta dinero pero nos está costando un mundo. Luego envidiamos el pragmatismo alemán; ellos están en este camino hace mucho. Nos lo vino a prometer al congreso Ximo Puig, presidente de la Comunidad Valenciana, pero, claro, en el idioma de la política en campaña.

No, mis letras de hoy van de mujeres taxistas. De dos, Yasmina y Mariana, y del resto de las Pink taxi. El azar tiene esos guiños y coincidió que de los aproximadamente 3.000 taxis con los que cuenta la ciudad de Valencia -350 conducidos por mujeres- mis dos trayectos principales tuvieran al volante a dos de ellas que, a su vez, formaban parte de ese club especial, las Pink. Me dio la pista la primera, Yasmina, con su mensaje por el sistema de radio: "chicas, cola del AVE". Como profeso la religión de la buena conversación, ahí comenzó la nuestra.

Yasmina, marroquí con lustros de trabajo en varios países de Europa, finalmente recaló en España donde cría a sus dos hijos y ha encontrado estabilidad económica al volante de un taxi cuya licencia, lo pueden imaginar, es de un nacional. Ser minoría allá donde vas une mucho y hace tiempo que creó un grupo con su propio sistema de radio en el que sólo hay mujeres, muchas inmigrantes pero no todas. Casi cincuenta; en cada turno están activas unas veinte.

Comparten información sobre zonas, tiempos o eventos con necesidad puntual de servicio; se mantienen alerta en el turno de noche sobre quiénes trabajan, dónde están en cada momento y las rutas o clientes con especial riesgo; se cercioran del regreso a casa de cada una. También se ayudan con las burocracias imposibles que complican su vida como si una mano negra quisiera endiablarles aún más el camino. Y para todo lo anterior buscan juntas la complicidad de la tecnología, con sus app y sus sistemas de radio walkie por módico precio en Amazon.

Pero la conjura va más allá y también beneficia a sus clientes y clientas, especialmente a estas últimas. Hay que ser mujer para entender lo que se agradece que, de noche, el taxi no arranque hasta que no estás dentro del portal. Ellas lo hacen como norma. Además de aprovechar la carrera para dar recomendaciones a las más jóvenes acerca, por ejemplo, de llevar unas princesitas en el bolso para bajarse del tacón cuando toca andar ligera y volver a casa o lo poco que ocupa un spray de defensa.

Escuchar a Yasmina es ver los peligros de la calle y la noche, relatados con la quirúrgica frialdad de quien los toca diariamente. Y es entender lo que significa en toda su capilaridad la sociedad civil organizándose frente a tantas inoperancias.

Mi último taxi en Valencia lo condujo Mariana, colombiana dulce y vivaracha. Le pregunté por las Pink y cuando me dijo que era una de ellas agradecí al destino esos caprichos que se reserva para quien le da la gana. Me despedí de ella con recado especial para Yasmina. En las dos horas de AVE desde Valencia a Madrid esbocé mentalmente estas letras. En las seis de Alvia desde Madrid a Gijón, mis huesos desencajados enfriaron el subidón. Difícilmente las Pink podrían avisarse en Gijón: "chicas, cola del AVE". Haría falta tener AVE. Y estación.

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