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¿Autobús gratis para todos?

Mejora de recorridos, precios más atractivos, rapidez y comodidad son los ejes sobre los que basar la movilidad

Manuel Valls se desinfla. La desesperación por recuperar la iniciativa le ha llevado en los últimos días a hablar de la gratuidad del transporte público en Barcelona. Valls, que antes de ser Primer Ministro y diputado francés había sido durante muchos años concejal y alcalde en Évry, sabe de sobra que la gratuidad del transporte público es un buen reclamo, pero en la práctica plantea serias dudas. No es lo mismo una red de transporte de una gran ciudad, que el de una mediana o pequeña, no es lo mismo basar el transporte colectivo en un único servicio como el autobús, que combinar tren, metro, tranvía y autobús. Y por supuesto, no es lo mismo hacer este tipo de ofertas si existen consorcios o una mancomunidad comarcal.

Tampoco es lo mismo si se habla de gratuidad en determinados momentos o situaciones, como en los ciclos de polución, grandes acontecimientos, huelgas, etc., que de una manera continua en el tiempo, ni es lo mismo llevar la gratuidad a todas las personas que a una serie de grupos en concreto (jóvenes, estudiantes, pensionistas, etc.).

La defensa del transporte público gratuito es muy atractiva; es una política social que se basa en la idea de la redistribución de la riqueza y ha sido utilizada en varias ciudades de EE.UU. y en algunas europeas, pero con resultados muy poco beneficiosos. Imaginemos que los autobuses de Emtusa fueran completamente gratuitos; hablaríamos a priori de muchos beneficios, aparte de ahorrarnos unos euros tendríamos un embarque y unos recorridos más rápidos, una menor congestión de la movilidad local, se reduciría la contaminación del aire y la acústica en la ciudad; sin duda, habría más espacio para estacionar al reducirse el número de vehículos particulares, aparte de poner nuestro granito como ciudad contra el calentamiento global.

Aunque se defiende un crecimiento en el número de viajeros, en los estudios realizados demuestran que es mínimo, con un porcentaje sobre el 3% de media. Algo no muy esperanzador. ¿Qué desventajas tendría? Esto también lo hay que tener en cuenta observando la experiencia de quien lo han puesto en práctica. Vemos que hubo mayores costes y una falta importante de ingresos para completar el presupuesto; se desarrollaron más actos de vandalismo y un coste alto del mantenimiento de la flota; se produjo una mayor incomodidad del ciudadano en el traslado, al haber mayor número de viajeros e incomodidades, se constató una pérdida de clientes habituales, que retornaron al coche u otros medios de transportes como la bicicleta o los patines eléctricos.

Sabemos que el uso del transporte público es mayor en los barrios periféricos y en las zonas degradadas de las grandes ciudades, y que la tarifa es una barrera insalvable para la movilidad de muchas personas, pero la solución no pasa por su gratuidad total, sino por su adaptación con tarifas flexibles, deducciones y abonos, así como en la mejora de servicios y planificación. Al final, se concluye de las experiencias locales que, para la mejora de la polución y el medio ambiente actualmente, sigue siendo más importante la penalización del coche que regalar el transporte público. Hoy por hoy, la mejora de recorridos, precios más atractivos, rapidez y comodidad son los ejes sobre los cuales basar la movilidad local, no su gratuidad.

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