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El cura que sale con el corazón a la calle

Fernando Fueyo ejemplifica en El Coto el compromiso de los sacerdotes de barrio con sus vecinos

Desde hace treinta y cinco años está ahí, en una de las esquinas del barrio de El Coto, sacando el corazón a la calle, para dar a la gente un puñado de calor o un trozo de sonrisa. Y ahí está con lluvias y fríos, con una camisa en verano, y con su chaqueta azul en invierno. Recorre la calle del barrio, porque le gusta ver el movimiento de la gente, charlar con los paisanos, escuchar a los mayores, hablar con los niños de los alrededores.

Y hoy, la plaza de la parroquia de San Nicolás parecía más viva que nunca, porque estaba la gente corriente de su barrio, y puede que si pasas por ella, te sientas más contento, porque ahí queda la simpatía de Fueyo.

Este homenaje a Fernando Fueyo, me trae a la memoria un poema de Leopoldo Panero, dedicado a una mujer humilde de Astorga:

"Y estará sentada / a la diestra del Padre, y no habrá nieve / ni cellisca cansada contra el rostro? / y estará sentada con sus faldas / huecas y con su pobre movimiento / de dulzura interior allá en su sitio"?

¿Habrá plazas en el cielo en las que la gente, los humildes de este mundo, puedan tener ocasión de seguir ofreciéndonos su ternura, su amor?

Y se me va poblando la cabeza de toda esa gente corriente que ha dejado huella en este querido Gijón. Por ejemplo a José Luis, el de San José; a Bardales en La Calzada, don Pío, en Somió; los Paúles en El Llano; Silverio en su barrio de siempre; y Fernando Fueyo, en El Coto. Los veo rodeados de personas "insignificantes": como los del bar de Papi y Mami que hacen de secretarios parroquiales, la farmacia de Pajín, la pescaderia de Toño, la peluqueria de Mercedes, los que llevan el Bazarín, y de los pobres de siempre, que piden a la puerta. Pero, estos curas de barrio han estado unidos a la gente como la carne al hueso, y han hecho de Gijón una ciudad más habitable.

Ya sé que en los periódicos no hablan de los curas de barrio, ni de la gente "insignificante", pero ¿quién sostiene de veras este mundo? ¿De dónde brota ese chorro de bondad que atraviesa las entrañas de la Humanidad, por debajo de las guerras, los debates parlamentarios? ¿Desde cuando un cura de barrio, desconocido, es menos importante que un embajador o que un ministro?

Me gustaría que en el "Libro de la vida", del que habla San Pablo, estén escritos en primera fila los nombres de los realmente importantes. Y que los curas de barrio, y la gente "insignificante", sin "la nieve y la cellisca", puedan seguir repartiendo por las esquinas del cielo panecillos solidarios gratis. Pero, mientras llega ese momento, a Fernado Fueyo, le toca como al sol de primavera, pisar la calle, y repartir rayos de luz para que su barrio sea una casa amigable y solidaria. Fernando Fueyo, ¡qué gran tipo!

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