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Qué pasa con el voto en blanco

Una manera de acercarse a las urnas en clave de disconformidad o descontento

Una de las últimas obras de Saramago fue "Ensayo sobre la lucidez" que, en realidad, no era un ensayo sino un relato en el que el laureado autor planteaba una situación en un país hipotético en el que llegadas las elecciones los votantes no acudían a votar primero y después, una vez obligados, lo hacían en blanco. La situación provocaba la histeria institucional y el Gobierno aislaba, sitiaba, a los contestatarios. La obra trataba de hacer reflexionar sobre el estado actual del sistema de gobierno representativo, también llamado democrático, y, aunque su autor esperaba un gran debate en todos los órdenes, la realidad fue que pasó sin pena ni gloria. El voto en blanco ni siquiera viniendo de la pluma de un Nobel parece interesar al gran público.

Por razones laborales he tenido la suerte de vivir en varios países, Italia, Francia y Cuba. Para lo que aquí tratamos Cuba no es relevante; allí las elecciones no son libres, están en otra historia, pero en los otros dos casos pude observar que el día posterior a las elecciones la prensa daba una importancia enorme al voto en blanco. El voto en blanco se suponía otorgado por ciudadanos, responsables entre los responsables, que se molestaban en ir a votar, en lugar de conformarse simplemente con la abstención, difícil de evaluar en sus razones, para mediante este gesto manifestar su disconformidad con el sistema, en su totalidad, o quizás simplemente con el sistema electoral. El voto en blanco, en estos países, es una clara señal de alarma para la clase política y filón para los periodistas.

En España las cosas no son así. El día después es imposible encontrar en la prensa rastro alguno del voto en blanco. Tampoco sociólogos o politólogos encuentran tiempo para dedicarle un ápice de atención a esta expresión de descontento político. Es en la página web del ministerio del interior, en el caso de las elecciones generales, donde hay que ir a buscar la cuantificación de este fenómeno. Es, para estos votantes, la sublimación de su frustración; simplemente, no existen, al menos para nuestro sistema social y político.

En este ejercicio de elucubración mental, en el que juego desde mi apartidismo, me gustaría imaginar por un momento que nuestro sistema electoral pudiese computar los votos en blanco como un partido más. Uno más en esta nueva situación de multipartidismo parlamentario en la que nuestra nación se encuentra y que ha llevado a escuchar propuestas de no participación a algún partido en circunscripciones menores para evitar los efectos peligrosos de los restos de la ley D'Hondt sobre el antes partido alfa. Imaginar que los votos en blanco se viesen representados en el Congreso mediante los curules vacíos que en su caso correspondiesen y que ello llevase también a repensar equilibrios y alianzas postelectorales a las distintas formaciones políticas. No me cabe la menor duda que ante una situación semejante toda la clase política, sin excepción, tendría que hacerse muchas preguntas, en función de la magnitud de ese voto en blanco, y, quizás, ello nos llevase a encarar las reformas que desde hace tiempo necesita nuestro sistema político.

Es seguramente un supuesto utópico; posiblemente no tiene más valor que el de servir de tema de conversación durante el vermú con los amigos o el café con los colegas en el trabajo pero me gustaría pensar que el voto en blanco también puede ser importante en España como lo es en nuestros países vecinos.

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