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Esperanza

Un canto contra el desánimo que cunde en algunos sectores de la enseñanza, una de las profesiones más edificantes

Soy una persona tremendamente afortunada. Tengo una de las profesiones más bonitas y gratificantes del mundo y en estos últimos años estoy pudiendo, no solo disfrutarla yo, sino también puedo transmitírselo a mi alumnado de la Facultad de Formación del Profesorado.

Me encanta dar clase y en ella, a cualquier nivel, y con cualquier edad, aprendo y disfruto, pero creo que una de las cosas que más me ha llenado últimamente es observar y ser tutora en la experiencia de practicum de mi alumnado de la Facultad.

Hace unos días acababa las visitas de Primaria e Infantil y pensé que, frente a todos esos discursos catastrofistas que se escuchan sobre la educación o sobre quienes nos dedicamos a ella; estaban el trabajo, las ganas y la ilusión, no solo de mi alumnado, sino también de las tutoras y tutores que tuvieron durante su periodo de prácticas.

No creo que sea solo coincidencia que, en todos los centros que he visitado, me haya encontrado con un profesorado agradable, con ganas de hacer cosas, con una gran generosidad por acoger en sus aulas a nuestro alumnado para que aprendan a ser maestros y maestras. Todo ello con una altísima motivación.

He estado con profesorado joven y con alguna profe a la que le quedaban solo un par de años para jubilarse y que ponía tanto entusiasmo cuando me enseñaba algunas de las actividades que había desarrollado para sus "peques" de 4 años que era imposible no contagiarse de las ganas de enseñar y de aprender. He visitado colegios grandes, otros más pequeños, algunos con más recursos y otros con menos, pero en todos sentí que las ganas por sacar adelante a esos niños y niñas eran muchas.

Mi alumnado ha tenido una actitud impecable y ha realizado una labor magnífica. Es imposible no sentirse orgullosa de él cuando no paran de decirte todo lo que ha trabajado, lo que se ha implicado o las ganas que le ha puesto al día a día. De nuevo no creo que sea coincidencia, creo que la inmensa mayoría de quienes están en la Facultad de Formación del Profesorado quieren ser buenos maestros y maestras y quieren que sus aulas sean pequeñas fortalezas que contribuyan a hacer de este mundo un sitio un poco mejor. Creo que la gran mayoría cree que la educación, como decía Nelson Mandela, es el arma más poderosa para cambiar el mundo.

A mí, todo esto, me da mucha esperanza. Me niego a caer en el desánimo y más cuando soy espectadora privilegiada de vivencias así. Son muchas, muchísimas las personas que creen realmente en la educación, que quieren ser mejores docentes, que quieren cambiar el sistema educativo y mejorarlo y poner su granito de arena para conseguirlo.

Quiero creer que nuestra sociedad también se va haciendo más consciente de la importancia de la figura docente y de cómo quienes enseñan a niños y niñas de los 3 a los 12 años serán, sin duda, de las personas más influyentes en sus vidas. Tener un buen maestro o maestra es, muchas veces, la clave de muchos futuros. Es nuestra obligación y responsabilidad como sociedad dar la importancia que se merece a esta figura y cuidar a quienes se están formando para ocuparse del futuro de varias generaciones.

Aprendo muchísimo de mi alumnado en clase, pero verlo en "acción" en el aula es, para mí, el gran premio. Y digo premio porque entrar como observadora en las aulas de Infantil y Primaria es como abrir el cofre del tesoro. Poder sentarme en las mini sillas de las aulas de Infantil mientras veo cómo desarrollan la asamblea es un lujo, un privilegio y me emociona profundamente cuando aquellas "personitas" de tres años hablan a media lengua de lo que hicieron ayer o cantan una canción. Me emociona estar en una clase de primaria en donde trabajan por equipos y ayudan a alguien a quien le cuesta más o hacen un juego y se monta un barullo descomunal. Me emociona el olor a pupitre, a goma, a lápiz recién "tajao", a mandilón, a galleta envuelta para el recreo, a libro, a mochila y a colonia de bebé.

Esta es la parte más idílica. También se lo digo. Pero es fundamental que disfrute/disfrutemos de ella. No es fácil dedicarse a la educación, claro que tiene sinsabores y quebraderos de cabeza y hay días para arrojar la toalla, para dudar de la vocación, para no sentir ganas; pero a mí, después de veinte años, me pueden más todas las otras emociones. Gana el pulso, el entusiasmo, la creencia que mi aula y mi día a día es gotita de futuro, de mejora.

En estos tiempos complejos, en los que todo parece disolverse, diluirse, difuminarse y pasar rápido, no es fácil mantener la esperanza. Todas estas personas: mi alumnado y el suyo, los niños y niñas de cada clase, el profesorado de los centros, mis compañeros y compañeras de todos los niveles educativos a mí me hacen creer que otra educación sí es posible y que nuestra voz cada vez se escuchará más.

Soy una persona muy afortunada porque, además de todo esto, mi esperanza se renueva cada vez que pongo un pie en un aula, la que sea. Suerte que tenemos.

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