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Erasmianos

El riesgo de subestimar las elecciones europeas y el reto de comunicar el proyecto común

En estos días previos a la triple cita electoral -municipal, autonómica y europea- cientos de jóvenes asturianos están rematando su cuatrimestre universitario o sus prácticas de Formación Profesional en empresas, repartidos por la Unión Europea. A su regreso, tendrán la garantía de que estudios o prácticas serán convalidados en sus centros de enseñanza. Y así, habrán avanzado en su recorrido académico e incrementado su dominio de idiomas, pero también, de forma inconsciente, su mente se habrá abierto a la diversidad y entrenado en tolerancia y adaptación al cambio. Serán "erasmianos".

Así le gusta llamarles a Sofía Corradi, ideóloga del proyecto, venerable pedagoga italiana rebautizada como Mamma Erasmus. El sueño de un espacio de libre movilidad universitaria surgió de su propia frustración cuando, en los años sesenta, después de estancias en universidades americanas, su centro de origen le negó la convalidación y la obligó a "repetir" como si hubiera una única forma posible de adquirir aquellos conocimientos: la suya.

Derribar el pavor de las universidades a ceder pedacitos de soberanía académica fiándose del trabajo realizado por otras, fue logro del español Manuel Marín en su etapa de comisario europeo de Educación, Empleo y Asuntos Sociales. Hay todo un relato de aquellas negociaciones, maniobras y algún intento de puñalada trapera hasta que Marín sacó adelante el Programa Erasmus, hoy Erasmus+, del cual es considerado padre. De aquel triunfo compartido con Corradi se sentía, según cuentan, más y más orgulloso conforme pasaban años y generaciones de estudiantes y el proyecto acabó siendo uno de los elementos de cohesión más singulares de la UE.

En 32 años del Erasmus, se han implicado miles de universidades y centros de FP, así como empresas de todos los sectores económicos, que han acogido a cerca de tres millones y medio de estudiantes. Hoy es uno de los emblemas de la UE y solo se revisa para ampliar su dotación económica, ámbito de enseñanzas o rango de edad: actualmente pueden acceder a él jóvenes desde los 13 hasta los 30 años. Hay ya una generación de hijos de amores erasmianos.

En rigor, erasmianos son los filósofos herederos del enfoque -en su momento revolucionario- del humanista neerlandés Erasmo de Róterdam. Pero de aquel hombre apasionado del saber, estudioso y formador en diversas universidades de entonces, poco o nada saben los jóvenes Erasmus del presente. No nos hemos preocupado de situarles en el tiempo del autor del "Elogio de la locura" ni de transmitirles sus valores de pensamiento crítico y conocimiento universal implícitos, los que se pretenden contagiar con el proyecto actual. En resumen, nuestras chicas y chicos vuelven un poco erasmianos pero casi sin darse cuenta.

Está bien pero tiene su riesgo. Es el paradigma de las verdades dadas por sentadas, los derechos por conquistados, los bienestares por inamovibles. La Unión Europea se ha dado cuenta con retraso de que los proyectos y avances comunes no se cuentan solos. Un error clásico de comunicación fruto de la arrogancia consustancial a las instituciones. El Brexit y las ultraderechas nacionalistas han sido un duro despertar a los peligros que acechan y, de repente, se ha evidenciado la imperiosa necesidad de que se vote en las elecciones europeas.

Para remate de paradojas, en España se lo hemos puesto difícil a nuestros erasmianos con el voto por correo. Somos el país que más jóvenes envía a otras universidades y el que más recibe pero hemos enrevesado ese voto que ahora tanto valor cobra. Así que mientras la UE refuerza su forma de contar el proyecto común, no viene mal que quienes creemos en él no pasemos de largo la tercera urna. Es tan importante como las otras dos porque poco de lo que se decide en nuestro territorio es ajeno a lo que se acuerda en los órganos de la Europa de las regiones. Convendría no aprender esta lección demasiado tarde.

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