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Jiménez de Cisneros y la Ballena de Gijón

La historia del catedrático que dirigió la disección del animal y llevó sus restos al Museo de Ciencias Naturales de Madrid

La frase "Vete a ver la ballena", cuando los gijoneses y solo los gijoneses quieren mandar a alguien a paseo, es conocida de muchos; la historia de unos pocos, pero nadie recuerda hoy al catedrático de Historia Natural y vicedirector del Real Instituto de Jovellanos, Daniel Jiménez de Cisneros, por el papel tan importante que tuvo en aquella efeméride gijonesa. No solo dirigió los trabajos de disección del animal, del aprovechamiento de sus miembros -epidermis, grasa y aceite-, sino que llevó a cabo también la gestión para que el Museo de Ciencias Naturales de Madrid adquiriera el esqueleto por el precio de 1.000 pesetas que Cisneros hizo llegar a los dueños del animal, los señores Fernández y Somonte, los armadores del Sultán, el barco que la encontró con el arpón clavado y la arrastró a la costa. El naturalista realizó una labor minuciosa tanto en su disección como en el transporte, cuidando todos los detalles. Se responsabilizó de los huesos hasta depositarlos en la estación. Para su transporte se hizo necesario un vagón al descubierto, porque en uno cerrado no hubiera entrado el cráneo; iba cubierto de un toldo y bien atado, pero sin precintar porque para esta clase de vagones no existían precintos.

De esta manera, el Museo de Ciencias de Madrid, que pasaba por una crisis y se hallaba cerrado al público, pudo presumir de tener un ejemplar fuera de lo común, digno de aparecer en la guía turística más prestigiosa de su tiempo, la Karl Baedeker. Eso sí, sin que su redactor tuviera la más mínima idea de dónde había sida capturada. Decía que el museo encerraba una rica colección de mamíferos, aves, peces, moluscos, crustáceos, minerales y fósiles y, entre ellos, un cráneo de ballena encontrado "en el puente de Toledo, cerca de Madrid".

Jiménez de Cisneros llegó a Gijón en agosto de 1892 instalándose en el hotel La Marina. Aquel curso, 1892-1893, se estrenó el nuevo edificio de Instituto, ampliado tal como hoy lo conocemos. Enseguida fue calificado por "El Comercio" como un "devoto de la ciencia". Se casó el 24 de enero de 1897 en la iglesia de San José con Avelina Goicoechea, la hija del director del Instituto, don Félix Goicoechea, y fue su padrino Rafael Lama y Leña, historiador del Instituto de Jovellanos. En Gijón le nació el primero de sus cinco hijos. Durante los once años que residió en Gijón desempeñó una ingente labor académica. Mejoró notablemente el gabinete de Historia Natural, al que regaló su colección de fósiles; puso en marcha el Jardín Botánico del Instituto, en la vieja huerta del Instituto, que había quedado devastado por las obras de ampliación del edificio; ocupó la vicedirección del centro siendo Justo del Castillo director y Rafael Lama y Leña secretario.

Fue además el primer profesor de Gimnasia que tuvo Gijón. Habiéndose implantado la asignatura de Gimnástica, como se la llamaba, no había profesores titulados suficientes para cubrir todas las plazas. A falta de ellos, correspondía a los directores nombrarlos entre el profesorado del centro. Fue elegido Cisneros; creemos que en parte porque además de Historia Natural impartía la asignatura de Fisiología e Higiene, pero sobre todo porque entre los contenidos de la Gimnástica figuraban las excursiones y paseos al aire libre, actividad que nuestro catedrático de Historia Natural realizaba muy frecuentemente con sus alumnos para recoger fósiles y muestras de la naturaleza.

Realizó al menos tres importantes estudios dedicados a Asturias: Ensayo acerca de la climatización del gusano de seda en Asturias, cuyo trabajo fue premiado con medalla de plata en la Exposición Regional de 1899; Datos para el estudio del sistema liásico de Asturias, en donde completa la Descripción del ingeniero alemán, Guillermo Schulz; y Noticia acerca de algunos animales marinos existentes en el Gabinete de Historia Natural del Instituto de Jovellanos.

A parte de su labor docente en el Instituto, llevó a cabo una importante labor cultural en pro de las clases menesterosas colaborando en las tres instituciones gijonesas que a finales y comienzos de siglo se ocupaban de la regeneración de la clase obrera: el Ateneo Casino Obrero, la Sociedad de los Laboratorios y la Extensión Universitaria de Gijón.

Fue precisamente la envidia de quienes no querían verlo dar conferencias lo que determinó que pidiera el traslado al Instituto de Alicante. Gijón perdió un sabio y Alicante ganó una de las personalidades más destacadas de la geología, arqueología y paleontología española. Y hoy el Real Instituto de Jovellanos se siente orgulloso de que durante once años impartiera su saber a la juventud gijonesa, por eso en 2011 en la exposición que llevó a cabo la Asociación de Antiguos Alumnos, bajo el título: El legado de Jovellanos 200 años después, figuraba su nombre en el cuadro de honor de los catedráticos y profesores.

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