La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Historias a chuzos

El Festival Internacional de Cine, nuevos consumos audiovisuales y la incógnita de los jóvenes

La mejor razón para desafiar el temporal estos días en Gijón será ver cine. Vale, el catálogo de las plataformas a las que cada cual estamos abonadas y abonados nos tienta con sesión continua de nuestra serie preferida. Sin salir de casa, en el sofá, mantita, gata a los pies y palomitas sin hiperinflación con regusto a aceite de oliva. ¿La alternativa es rascar frío hacia la experiencia compartida de la pantalla grande?, pues sí. Quién dijo que la vida no fuera una sucesión de insignificantes grandes decisiones.

Al festival le ha ido muy bien la idea de incorporar la lluvia como leitmotiv promocional de su 57.ª edición porque la previsión apunta a que entraremos en las salas sacudiendo la gabardina y celebrando la curiosa paradoja de cambiar los chuzos de punta al raso por los que caen a techo. Si por mor del cambio climático estuviéramos aún prolongando el verano -ya nos ha ocurrido-, la metáfora pluviosa sonaría extemporánea, añeja.

En realidad, el cine tiene algo de añejo y el FICX también. La afirmación da para un tratado, a ver cómo resumo. Empecemos por el cine: como contenido es eterno -nadie se cansa de que le cuenten historias- pero como continente está desubicado. Desplazado por el formato televisivo de las series, ahora en catálogo multiplataforma consumible a la carta según apetencias de cada cual. Con historias igual de potentes pero más desarrolladas en el tiempo gracias al talento de los profesionales, en estado de transfuguismo creativo de ida y vuelta: trabajan para ambos mundos porque, en el fondo, son el mismo solo que cambiando de era. Las que se resisten son las industrias con modelos tradicionales de negocio.

Que la proyección inaugural del FICX haya sido una serie parece toda una declaración de intenciones. Los grandes festivales hace tiempo que están en ese proceso. Se va con cautela porque las series son una suerte de caballo de Troya. Si las películas forman parte del catálogo de las plataformas, al verlas en pantalla pequeña íntimamente nos sentimos traidores de su obligado visionado en la grande, al que rendimos tributo imaginando la experiencia. Con las series, sin embargo, no hay pecado que confesar, lo excepcional es sacarlas del consumo doméstico. Hay que dar una buena razón para hacerlo.

Así que a los festivales les toca demostrar que por unos días y como experiencia colectiva vale la pena el peregrinaje a las salas. En realidad, a quienes han de convencer es a los más jóvenes porque las y los de cierta edad -digamos madura- para arriba estamos ganados para la causa. Desde hace unas cuantas ediciones del FICX, miro a mi alrededor al comienzo de cada sesión y más que espectadores veo cómplices generacionales en conjura de resistencia. Estamos por el cine y por el FICX a partes iguales porque hubo un tiempo en el que sólo el FICX nos ofreció esa otra ventana.

Quizás porque somos las generaciones crecidas de aquellos jurados infantiles en el Certamen Internacional de Cine para la Infancia y la Juventud de Isaac del Rivero. Lo cual demuestra que si andas inoculando el virus de la cultura a crías y críos, luego se pasan la vida espantando el síndrome de abstinencia. Razón tenía el bueno de Isaac. Así que somos en parte quienes hacemos añejo el festival a base de seguir ahí, leales, sin que alrededor los más jóvenes vengan a dar de verdad, rotunda y definitivamente, el relevo. He aquí el gran reto del FICX.

Quienes tenemos la suerte de rodearnos diariamente de jóvenes estamos ya en el complot de arrastrarlos a la experiencia. Si ustedes no y, sin embargo, andan cuadrando el tetris de su semana festivalera, estirando hasta lo imposible el bono de diez pelis, compren otro y líen a la chavalería más próxima. A ellos les gustan las historias tanto como a nosotros, o quizá más. Y estos días caerán a chuzos. A techo.

Compartir el artículo

stats