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La cumbre y el hortelano

Foro mundial del clima en Madrid y acciones transformadoras en espacios locales

Nos ha caído en Madrid una cumbre del clima como llovida del cielo y quizás no nos hayamos preparado lo suficiente para discursos arrebatados, fotos de familia, solemne declaración de intenciones, ausencia de quienes principalmente las tienen que cumplir y presencia de la niña-símbolo Greta Thunberg. El foro pasará como una exhalación y seguiremos envasados en plásticos, comprando por Amazon y compartiendo noticias sobre el agotamiento de la Tierra.

Es verdad que la conexión entre esta cumbre y nuestra realidad local pasa por las instituciones de la UE, cuyas nuevas caras se estrenan en Madrid y ya han anunciado que la emergencia climática será prioridad en sus agendas. La recién llegada nueva presidenta de la Comisión Europea, Úrsula von der Leye la llama Acción Climática. Así que en los próximos años nos seguirán llegando directivas que transformarán gradualmente nuestra vida cotidiana y la relación con alimentos, productos químicos, residuos o combustibles.

No obstante, incluso cumpliendo nuestros compromisos, lo que se haga en Europa será una gota en el océano de la desidia global. China, Estados Unidos, India y Rusia contaminan cinco veces más que toda la UE, lo cual les resulta muy conveniente para su PIB. Mientras, dirigentes de países estratégicos para el ecosistema global arrasan selvas y bosques al tiempo que se burlan de la desesperación de los pueblos indígenas, último reducto humano en la lógica del respeto a la Naturaleza. Qué sabrán ellos de la fluctuación del mercado de valores. Bolsonaro sí que sabe.

El indígena suele ser hortelano y eso de entenderse diariamente con la tierra es una cura de humildad y lucidez. Sitúa. Pero no hay que irse tan lejos. Jaime Izquierdo, experto que Adrián Barbón ha convertido en flamante Comisionado para el Reto Demográfico en Asturias, habla del "ecocultor", el agricultor de antes con la perspectiva ecológica de ahora. Sepan que todas y todos estamos llamados a la ecocultura sin salir de la urbe, según este geólogo asturiano, que propone abrir espacios de cultivo -comunitario o individual- en la periferia de las ciudades o, siendo más audaces, en el corazón de las mismas, en terrazas, azoteas o parterres.

Ciudades como Vancouver, Nueva York, Berlín, Madrid o Barcelona se han puesto manos a la obra ofreciendo espacios de cultivo que abaratan productos básicos, reducen la huella contaminante del comer y reconectan con la naturaleza. A partir de la crisis económica y el 15M han ido aflorando estos reductos, públicos o privados, como son en Gijón "La Meca" de Mareo o "La Brañina" de Nuevo Gijón, además de los huertos que oferta el ayuntamiento en los alrededores de la villa y la zona rural del concejo. En Asturias, destaca la experiencia de Huertas Acoge, con invernaderos en Oviedo, o el banco de semillas "L'Arcu la vieya".

Son experiencias minoritarias, de sociedad civil, desapercibidas en el fragor del trabajo diario y la compra semanal en el supermercado: carne con conservantes, comida precocinada, productos de aquí de allí envasados por pieza o adquiridos al peso en plásticos de un solo uso. La alternativa está ahí pero, claro, exige cambio de mentalidad que desemboque en una reorganización de prioridades y del tiempo personal. Hace falta un empujoncito.

No puedo evitar conectar todo esto -cumbre, hortelanos, empujoncitos- con el reciente conteo del sinhogarismo en Gijón. El registro de las 142 personas -con sus nombres y apellidos, sus íntimas historias- que duermen al raso en la ciudad. Para ellos el reto climático y demográfico son entelequias que, si acaso, se materializan en el frío de la noche y la penuria del día. Ni techo ni mínima dedicación a ciclo alguno de lo productivo. Pero seguiremos esperando a que en los foros mundiales se descubra la lógica de las pequeñas cosas.

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