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Brujas

Cultura, mujer y paradojas en las II Jornadas - sobre arte y violencia de género

Cuando la artista yugoslava Marina Abramobic llevó a cabo en los años setenta en Nápoles la perfomance "Rhythm 0" quería explorar el misterio de la violencia innata que cada cual lleva en sí. Durante seis horas expuso pasivamente su cuerpo en una sala al daño que cualquiera quisiera infligirle con alguno de los 72 objetos -tijeras, clavos, cadenas?- que ofrecía en una mesa. Cientos de personas modularon su agresividad, desde el juego hasta el sadismo. Pero, al final, ensangrentada, confesó estar impresionada por "el hombre que solo jaleaba" desde una esquina. En toda fiesta de la violencia hay un maestro de ceremonias, el instigador voyeur.

Yoko Ono había planteado años antes una acción parecida en Nueva York. De nuevo el cuerpo de la artista pasivo, expuesto en esta ocasión a ser paulatinamente desnudado por el público al que se le ofrecía la posibilidad de cortar trozos de su ropa con una tijera. Años después revelaría que cuando ya no quedaba prácticamente tela sobre su piel, había quien trataba de cortar la propia desnudez.

El nexo de unión de las dos artistas es su apuesta por la perfomance, arte efímero que fue opción expresiva para el feminismo de la segunda mitad del siglo pasado. Contar haciendo, invitando a que otros hagan, se autoprueben y miren dentro de sí. Al borde de la tercera década del siglo XXI, ellas y otras artistas siguen sufriendo incomprensión, cuando no completo olvido. Pero el caso de Ono es paradigmático; ser la esposa y luego viuda, de John Lennon la estigmatizó y convirtió en ser perverso en el imaginario colectivo. Su talento sigue siendo ignorado y aún tiene la culpa de algo impreciso que no nos hemos molestado en desentrañar.

Las II Jornadas sobre arte y violencia de género que acaban de celebrarse en Laboral Centro de Arte de Gijón han tenido como título "La culpa de todo no la tiene Yoko Ono" para llevar al absurdo esta doble anulación, consecuencia de ser mujer. Ono ha sido el hilo conductor para, a la vez que se reivindicaba su trayectoria, trazar la historia de otras artistas cuya obra material acabó incluso en contenedores "porque sus descendientes no sabían que hacer con ella", según explicaba la experta Pilar Vicente de Foronda. En la conquista de la reputación artística también influye el género.

Sorprende que en un ámbito en el que la libertad es punto de partida irrenunciable se reproduzcan esas amputaciones mentales que se traducen en no reconocimientos, casi en vetos. La asociación Mujeres en las Artes Visuales (MAV) elabora periódicamente informes sobre la presencia de mujeres artistas en pinacotecas y centros de arte. El último ofrece una perspectiva para la reflexión: una de cada tres exposiciones individuales es de mujeres. Esto plantea una cuestión legal puesto que la ley para la igualdad efectiva exige la presencia equilibrada de mujeres y hombres en la oferta cultural.

Curiosamente, Laboral Centro de Arte se lleva una colleja en el reciente informe de la MAV, junto con el Museo Reina Sofía, el de Arte Contemporáneo de Barcelona, la Fundación Antoni Tàpies o el Artium de Vitoria, entre otros que registran el mayor desequilibrio de género. Conviene, por tanto, un buen ejercicio de autocrítica en nuestras instituciones culturales. El asunto no es baladí: según Suay Aksoy, presidenta del Consejo Internacional de Museos, estos son entidades de las que personas se fían por encima incluso de los medios de comunicación.

Ya ven, el arte, capaz de sublimar las grandes preguntas, es víctima, a su vez, de sus miserias. Un ejemplo: Yoko Ono. Biografía y talento que ignoramos con auténtico desdén; el mismo con el que aún la etiquetamos de bruja. Pues ya va siento hora de reivindicar a las brujas.

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