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Antípodas

El mensaje global de las nubes de humo y ceniza

Imposible olvidar el desasosiego con el que amanecimos en Gijón a mediados de octubre de 2017 cuando la nube de ceniza y humo de los incendios que entonces castigaban Galicia y Asturias se interpuso entre nosotros y la luz del día. Aquella atmósfera chamuscada, entre naranja y ocre, que respiramos porque no quedaba otra, activando nuestro imaginario de distopías y apocalipsis. Volcamos nuestra desazón en redes y fuimos noticia en los informativos. Después vino aquella primera mañana de normalidad en la que metimos el espanto en el trastero de nuestras vidas frenéticas. Y a otra cosa.

La Nasa está observando que la masa de humo y ceniza de la Australia en llamas va camino de circunnavegar la Tierra, de manera que a finales de enero podría regresar a Oceanía por el Oeste después de regalar amaneceres apocalípticos y tormentas eléctricas en el hemisferio Sur, además de elevar el índice de CO2 de todo el planeta. Pocas veces desde lo más lejano ha llegado un recado tan global.

Estamos conmovidos por las imágenes desgarradoras de animales abrasados, espantados, las historias de heroicidades o miserias humanas: desde rescates épicos hasta saqueos tras las evacuaciones. Seguimos los llamamientos en redes de australianos guapos, ricos y famosos, las iniciativas simbólicas de solidaridad. Pero con la conciencia de que todo ocurre varias fronteras y océanos más allá, como si los límites administrativos y geográficos pudieran parar un fenómeno que se rige por reglas universales. Aunque aún haya quien lo niegue.

El negacionismo del cambio climático está en Australia encarnado en su presidente, Scott Morrison. Presidente porque le han votado. También partidario de frenar al inmigrante, entendido éste como aquel que huye de la pobreza de su país soñando con labrarse una nueva vida en el paraíso de las oportunidades. Mueren ahogados en el intento, o bien acaban recluidos en los centros de refugiados de Nauru, una isla en el Pacífico, limbo escogido para aparcar el problema. Porque Australia es de los australianos, dice su gobierno. Aunque los 400 pueblos aborígenes que llevaban 60.000 años habitando aquellas tierras antes de la llegada del hombre blanco, contarían la historia de otra manera. ¿Les suena?

Es el negacionismo aliado con la aporofobia -rechazo al pobre, definido por la filósofa Adela Cortina-, modelo que está circunnavegando la Tierra y se repite en todas las latitudes. También aquí -en Europa, España, Asturias- se está abriendo camino. Y allí y allá. Frente a problemas globales que exigen altitud de miras y diálogo planetario, más fronteras y más fobias. La respuesta a este rumbo hacia el precipicio está en cada lugar, pero cuesta escucharla.

A pocos kilómetros de Sidney vive el economista Ted Trainer, teórico -y práctico- del decrecimiento. Es la corriente que defiende que el crecimiento ilimitado de las economías es imposible porque los recursos son limitados. Incluso a costa de la pobreza de cada vez más personas sería muy difícil mantener para una minoría la vida de confort basada en el consumo permanente. Trainer propone un mundo de pueblos autosuficientes con servicios esenciales comunes desarrollados por tecnologías. Territorios donde el valor del objeto usado cotice al alza, y el trabajo comunitario y el reciclaje sean modos de vida. Él tiene su propia comunidad en el sudeste australiano, quizás ahora sorteando la lotería de las llamas. Es sólo un ejemplo.

El mensaje de la tragedia australiana llega para quedarse, independientemente de que queramos o no escuchar y comprender. Las fronteras son inútiles frente a los problemas globales a los que nos enfrentamos. Y estos sólo han empezado a enseñar su capacidad destructiva en todas partes, también aquí. Podemos recurrir al trastero o podemos entender, de una vez, el mensaje que nos llega de nuestras antípodas.

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