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El hijo de Giovanna

El test contra el fascismo del profesor de Oviedo, lección de aprovechamiento colectivo

Una mañana de julio de 1943, en un pueblo de Piamonte, al norte de Italia, Giovanna Bisio manda a su hijo Umberto a comprar el periódico. Las radios hablan de la caída de Benito Mussolini y llegan desde la calle gritos de júbilo de los partisanos, primero ahogados, luego incontenibles. Umberto es un chico aplicado, acaba de ganar un concurso escolar para dar respuesta a la pregunta "¿Debemos morir por la gloria de Mussolini y el destino inmortal de Italia?". Él, por supuesto, ha razonado que sí y su texto ha impresionado al jurado.

El niño corre a por los diarios y contempla atónito que se han vuelto distintos unos de otros, como si cada cual pudiera configurar con criterios propios su portada. También observa que no sólo hablan del Partido Nacional Fascista, el único hasta el momento en su mundo. Mencionan, por ejemplo, la Democracia Cristiana, el Partico Comunista, el Socialista, el Liberal? Piensa que no pueden haber brotado de un día para otro y deduce que estaban ahí y nadie le habló de ellos. Se pregunta por qué. Pero el gran impacto es leer en todos los titulares, de una u otra forma, "libertad" y "dictadura".

Cincuentaidós años después, Umberto Eco recordaría: "fue la primera vez en mi vida que las leí y, en virtud de esas nuevas palabras, yo renací como hombre libre". Lo contó, siendo ya prestigioso semiólogo y escritor, en la conferencia "El fascismo eterno", dictada en la Universidad de Columbia. En ella desgranaba los rasgos principales de esta ideología en un ejercicio magnífico de altura intelectual y memoria personal. Sabía en primera persona de qué hablaba y quería contarlo así, como trabajo académico y como vivencia al mismo tiempo.

Dos años después de aquel encuentro, el texto fue convertido en ensayo y publicado; forma parte de la extensa obra de este intelectual apasionado por la buena conversación, escuchador nato, lector voraz, tolerante, geniudo a ratos, cortés, imaginativo, lúcido. Se confesaba entonces -y lo repitió en numerosas ocasiones- preocupado por el fascismo latente "con traje de civil", ése que "puede volver todavía con las apariencias más inocentes. Nuestro deber es desenmascararlo y apuntar con el índice sobre cada una de sus nuevas formas, cada día, en cada parte del mundo".

Esta misma semana, comprobando el eco que en diarios nacionales había tenido el tuit de un padre acerca de una actividad en forma de test que su hijo había hecho en clase de Historia en el IES Aramo de Oviedo, leí el comentario que les transcribo y dejo para su reflexión: "Gracias a Dios que no tengo hijos porque viene mi hijo a casa con un test que se titula "¿Eres facha?" y profesor y director recogen los dientes en el suelo".

La paternidad embelesaba a Eco. Nunca agradeció a Dios, al menos públicamente, ser padre y abuelo porque se declaraba laico. Lo cual no le impidió establecer fructíferos diálogos con creyentes y representantes religiosos como el delicioso cruce de cartas con Carlo María Martini cuando era arzobispo de Milán para encontrar principios éticos compartidos que sirvan a las personas del futuro. Se publicó bajo el título "¿En que creen los que no creen?" y es un ejemplo impagable de diálogo constructivo, tolerancia y respeto intelectual.

El profe de Historia de Oviedo, al que su alumnado elogia por lo mucho que aprende con él, se inspiró en el hijo de Giovanna para explicar el fascismo, ideó una actividad para su grupo pero no imaginaba que esta lección la íbamos a aprovechar todos. Qué razón tenía Eco. He aquí a quienes se sienten aludidos, dan la cara los rompecaras. Puede que para evitar el ruido generado la actividad acabe en un cajón. Habrá otra. Cambiará la forma pero no el fondo porque educar en tolerancia es un deber democrático. Y en el universo de los seres en quien inspirarse seguirá estando el niño que una mañana de verano, asomado a un periódico, abrió los ojos a los conceptos de dictadura y libertad. Y se aferró a ellos para siempre.

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