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Cuando Marina fue Osama

Una historia para atisbar la desigualdad en el mundo

Hace unos años, en un viaje de trabajo a Madrid, la casualidad hizo que me saliera al paso el cartel de la película "Osama", de Siddiq Barmak, cuando decidía en qué invertir las pocas horas de libertad del día. El film había sido premiado en la Seminci de Valladolid pero sabía de él poco más que el hecho de ser una producción afgana. Me sumergí en la historia sin la prevención de quien sabe a lo que va y sufrí y lloré, partida el alma en dos, con la niña-niño Osama, sola, en una sala casi vacía con olor a palomitas y moqueta rancia. Al salir, las calles de Madrid ya no eran las mismas. Una metáfora de que mi vida tampoco; había cobrado otro valor. No hay nada como una bofetada de cultura o de periodismo de verdad para resituarte en el mundo.

"Osama" es la historia de una niña obligada a hacerse pasar por niño para poder salir a la calle en el Afganistán de los talibanes, después de que su madre enviudara y no hubiera hombre en la familia para acompañar fuera de casa a estas mujeres, tres con la abuela. Sí, lo que imaginan, las mujeres sin hombre quedaban confinadas en sus hogares, abandonadas a su suerte y solían morir de hambre. Preferible a aventurarse a salir y ser linchadas por jaurías fanáticas, escandalizadas ante el atrevimiento. La calle era de ellos. Así que la niña cuyo nombre no sabemos se corta el pelo y se convierte en Osama. El sufrimiento y el estado de pánico a partir de ahí es indescriptible. El relato, basado en casos reales, conmueve hasta dejar herida. Pero ésta es una historia con más capas. La protagonista de la película, Marina Golbahari, era una cría analfabeta, huérfana de padre, que pedía limosna en las calles del Kabul recién liberado de la dominación talibana, cuando Siddiq Barmak se fijó en ella. Era el rostro de la niña-niño que el realizador estaba buscando. Pero aún más le impresionó esa mirada profunda, perturbadora, de la niñez truncada por la urgencia de una vida que no vale nada. Marina contaría después que su único contacto con el cine había sido la proyección clandestina de "Titanic" en cinta VHS. Cómo fue capaz de dar vida a Osama es un misterio que seguramente ni la propia cría ni Barmak pueden desentrañar del todo.

De los 875 millones de personas analfabetas y 120 millones de niños sin escolarizar que hay en el mundo, dos terceras partes son mujeres y niñas. Marina era una de ellas pero nada sabía del resto, encapsulada en su ignorancia por decreto y por mujer. El privilegio de la visión de conjunto, como otros muchos privilegios, lo disfrutamos en otras coordenadas. Sabemos, por poner algunos ejemplos, que, cada dieciocho segundos una mujer es maltratada en el mundo, que cada año, medio millón de niñas serán víctimas de tráfico sexual, dos millones sufrirán mutilación genital, una de cada tres morirá en el parto. Que casi el 80% de las personas que buscan refugio por razones de guerra o violencia en sus países de origen son mujeres, niñas y niños.

Marina Golbahari también es hoy refugiada. Desde el éxito de "Obama" pudo hacer su propio recorrido, formarse como actriz, viajar y hasta formar parte de jurados de varios festivales de cine. Precisamente cuando participaba en el de Nantes, hace cuatro años, renunció a volver a su país ante las amenazas de muerte por su conducta "infiel" y pidió asilo al gobierno francés junto con su marido, el también actor afgano Noorullah Azizi. De las calles de Kabul a la alfombra roja y de ahí a un centro de solicitantes de asilo en los alrededores de París. La realidad es un guion en permanente escritura. Quizás porque mis hijos tenían casi la edad de Marina cuando vi "Osama" y proyecté en aquel infierno mi vida y las suyas, quizá sencillamente porque la película es tan imponente como la realidad que describe, lo cierto es que evoco el desgarro atroz que me produjo la historia cuando me desespera la situación crítica de tantas mujeres y niñas en el mundo, y también los peligros que acechan los derechos conquistados en este "oasis" nuestro de igualdad en eterno proceso de construcción. ¿Igualdad con violencia machista, brecha salarial, techos de cristal, manadas??

Por eso hay que pisar fuerte nuestras calles en un día como hoy. Y mañana y pasado y todos. Pisarlas por y para nosotras, que falta hace. Y pisarlas por quienes no pueden porque carecen hasta del derecho a la conciencia, a las palabras para nombrar su propio desamparo. Ellas, no nosotras son la medida de la desigualdad en el mundo.

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