Gijón ha demostrado tener unos cimientos sólidos como destino turístico en esta Semana Grande y hueca que hoy acaba. Al contrario de lo que ha ocurrido en otras ciudades españolas, mediterráneas y cantábricas, la crisis no ha frenado la llegada de visitantes, sino todo lo contrario. En este éxito ha sido determinante la extendida imagen de Asturias a nivel nacional como una reserva inexpugnable para el virus encajonada entre el mar y la montaña (creencia en parte cuestionable y que puede ser contraproducente por un peligroso "efecto llamada"). Pero también ha contribuido la acertada campaña promocional del Ayuntamiento, dirigida a regiones limítrofes para favorecer estancias cortas y de viajeros llegados en coche, ante la situación económica y sanitaria. Hoteles y restaurantes enfilan el desenlace del verano con el alivio de haber regateado la hecatombe. Aunque pensar en el otoño provoca pavor.
