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Fracción resto

Nuevas rutinas para la sostenibilidad doméstica, viejos frentes para la colectiva

Nuestra basura ha perdido el anonimato. La entrada en vigor de la ordenanza gijonesa de residuos e higiene urbana nos ha hecho seres más cautos con nuestros desperdicios. Nos ha obligado a recapitular lo que sabíamos acerca de su clasificación y a incorporar a nuestra rutina diaria el concepto de fracción resto, ahora más cerca que nunca de su definición: el desecho por excelencia.

No hay como sentir el aliento de la vigilancia municipal para espabilar en poner orden en lo que ahora deja rastro. Básicamente, en las últimas semanas nos hemos esforzado en afinar la segregación entre lo orgánico y la fracción. Una frontera invisible que, a tenor de nuestras conversaciones, marca la diferencia entre ser ciudadanos alineados con la economía circular o, por el contrario, anclados a la cultura del desperdicio.

Como resultado de la transición por decreto, un nuevo cubo y utilidad de la tarjeta ciudadana han entrado en nuestras rutinas. Todo sea por la sostenibilidad y, de paso, porque no vengan a afear a nuestra comunidad o, lo que sería aún más horrible, a nuestra propia puerta, nuestra indiferencia por enmierdar el mundo. En suma, nos hemos disciplinado.

La ordenanza también incorpora la prohibición de rebuscar en la basura, aspecto que por más que racionalizo, segrego, reciclo y trato de dejar en su esencia, me conduce a un sentimiento de derrota moral. Hacer del desharrapado un furtivo. Habría que rebuscar a quien rebusca para rescatarle de su desamparo, me dice una lógica, tal vez es un buenismo digno de fracción resto. Pero no lo tiro. Se queda.

Orinar o defecar en la mar es también ahora una conducta oficialmente sancionable. Veo difícil multar a quien peca salvo que lo haga con el agravante de exhibicionismo. En realidad, 162.000 gijoneses y gijonesas están, sin temporada de baños de por medio y sin salir de casa, vertiendo al mar regularmente sus fluidos de forma colegiada debido a la paralización de la depuradora de la zona Este.

Hay ya un proyecto para modernizar la instalación y recuperar su funcionamiento pero mientras tanto, nuestro país paga periódicamente una multa astronómica a la UE por incumplimiento de estándares resumidos en una directiva que es como una ordenanza que Gijón, como ciudadana europea, incumple aunque con propósito de enmienda. Pecados a escala.

Miguel Delibes, que cumpliría estos días cien años, llamaba "incluseros" a los urbanitas. Huérfanos, decía, del fluir natural donde todo y nada cambia al mismo tiempo porque el equilibrio no está amenazado por el falso progreso. Un enfoque orgánico a rescatar de la fracción resto.

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