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El virus que se venga de las heridas de la Tierra

La destrucción de los ecosistemas y la extinción de especies facilitan y aceleran la transmisión de los patógenos, advierte Fernando Valladares, uno de los expertos de referencia en cambio climático, que urge a replantearse el sistema socioeconómico

El virus que se venga de las heridas de la Tierra

"Es como el cuento del lobo". Fernando Valladares (Mar del Plata, Argentina, 1965) redobla estas semanas el esfuerzo divulgativo en el que lleva empeñado los últimos años para explicar que la destrucción de la naturaleza a manos del hombre trae consecuencias muy graves, a corto y a largo plazo. Valladares, doctor en biología, responsable del grupo de cambio global en el Museo de Ciencias Naturales y coordinador de múltiples proyectos sobre el impacto del cambio climático del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), recuerda todas las evidencias recopiladas sobre la influencia de la pérdida de la biodiversidad en la expansión de enfermedades y confía, en lo más profundo, en que la calamidad que está sufriendo la humanidad la empuje a iniciar un cambio de rumbo.

Desde su espacio divulgativo "La salud de la humanidad", Valladares ha lanzado un vídeo, "El coronavirus, un desafío a nuestro modelo social", en el que expone su interpretación de lo que está pasando y elabora una conclusión: "El virus ha puesto en jaque todos los sistemas sanitarios nacionales e internacionales, que colapsaron en pocas semanas, y desafía a los científicos, que buscan con urgencia vacunas y fármacos que puedan contener la pandemia in extremis y revertir la infección global. Pero no hay sistema sanitario de ningún país, no hay cuerpo de seguridad de ningún Estado, capaz de protegernos en la escala y con la fiabilidad con que lo hace la naturaleza". A continuación se apuntan los principales elementos de su análisis.

El origen de la pandemia: la zoonosis. El término "zoonosis" define una infección en humanos provocada por el contacto con una especie animal. El fenómeno contrario, la "antroponosis", consiste en la transmisión de una enfermedad contagiosa de los humanos a los animales. En el caso del COVID-19, el origen se sitúa en un mercado de la ciudad china de Wuhan donde había animales vivos, una tradición muy presente en todo el sureste asiático. La teoría más apoyada es que el virus SARS-CoV-2, causante de la pandemia actual, proviene de los murciélagos, que suelen presentar virus muy similares, y que ha llegado al ser humano a través de otra especie intermedia que actuó como reservorio. En este caso se apunta al pangolín, un animal desconocido en Europa pero que se consume masivamente en los países asiáticos. Aunque en principio los pangolines de Wuhan no presentaban indicios del virus asesino, otros ejemplares malayos del sur de China lo tenían casi calcado. Y la altísima demanda de este animal empuja a su caza y exportación desde zonas variadas. Las zoonosis conocidas son más de 200, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), entre ellas la rabia, el ántrax, el síndrome agudo respiratorio severo (SARS), el síndrome respiratorio de Medio Oriente (MERS), la fiebre amarilla, el dengue, el sida, el ébola, la fiebre chikungunya y el COVID-19, pero también la gripe común y la peste bubónica, que mató a la tercera parte de la población europea en la Edad Media y fue transmitida por las pulgas de las ratas.

La OMS lo advirtió: "No estamos preparados". Tanto las Naciones Unidas como la OMS avisaron hace tiempo de que el ser humano no está preparado para una gran pandemia. "Y lo dijo, y lo dice, a la vez que dice que cada vez habrá más", subraya Valladares. Las medidas de aislamiento social puestas en práctica en los países afectados, subraya el experto, son solo "pequeños parches", insuficientes ante el avance de un tipo de mal que requeriría una estrategia preventiva mundial.

El doble efecto escudo de la biodiversidad. El efecto de la naturaleza contra patógenos y pandemias se conoce desde antiguo y hace tiempo que los científicos lo han demostrado. Un informe reciente del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF, por sus siglas en inglés) lo explica: "Los sistemas naturales inalterados reducen la posible transmisión de enfermedades, al estar 'diluidos' los agentes patógenos entre la diversidad de especies, limitando también el contagio y la expansión". Esto es lo que se denomina efecto de dilución. Pero, además, "en hábitats bien conservados, con gran variedad de especies y alto número de ejemplares, los virus, aparte de distribuirse entre las distintas especies, también tienen muchas posibilidades de acabar en alguna que bloquea su dispersión. Por añadidura, existen predadores que eliminan preferentemente los ejemplares más débiles y enfermos. Todo ello contribuye a mantener controlados los efectos de posibles enfermedades en la propia población y a reducir notablemente el riesgo de transmisión a otras especies". Es el efecto de amortiguación.

La desaparición de especies y la destrucción de hábitats, primeros factores del desastre. El mismo informe de WWF detalla los factores que contribuyen a alterar de forma severa el normal curso de la naturaleza, y cuya combinación resulta en un cóctel mortal. En primer lugar, la desaparición de especies, que modifica las cadenas ecológicas y tróficas y reduce el control natural de la propia naturaleza. Las primeras especies que suelen desaparecer son aquellas que más contribuyen al control de patógenos, habitualmente predadores que dejan su sitio a especies más oportunistas. Fernando Valladares apunta que "una sola especie, el Homo sapiens, ha extinguido o puesto contra las cuerdas a un millón de especies, a un ritmo mil veces superior al curso natural. Estamos ante la sexta extinción, la primera desde la desaparición de los dinosaurios". El segundo elemento de desestabilización de la naturaleza es la destrucción de los bosques y los hábitats naturales que son hogar de millones de especies, entre ellos virus. Las talas, la minería y la construcción, en definitiva, la expansión del ser humano, le empujan al contacto con especies a las que nunca se había aproximado. Y a sus enfermedades.

La explotación intensiva y el tráfico de especies salvajes, el remate. En la actualidad, una tercera parte de la superficie terrestre del mundo y casi el 75% de los recursos de agua dulce se dedican a la producción agrícola o ganadera, lo que contribuye también a la pérdida de biodiversidad. No ayuda tampoco la forma en la que se crían los animales domésticos. Por ejemplo, el uso de antibióticos en ellos facilita que los patógenos que albergan se hagan más resistentes, lo que puede repercutir muy negativamente una vez que se traspasen al ser humano. El tráfico de especies silvestres, en aumento, también expone a los humanos al contacto con virus. En los mercados de animales vivos se hacinan a veces ejemplares que no solamente se intercambian virus, sino que ofrecen menos resistencia a ellos por sus condiciones de estrés, tienen mayor carga vírica porque su sistema inmune está deprimido. De hecho, Fernando Valladares piensa que es hora de ir pensando en la prohibición de este tipo de mercados: "No es una cuestión de ser de PACMA, es que el sufrimiento animal repercute en el humano".

El efecto multiplicador de la globalización. La suma de los factores anteriores, sobre todo en zonas de pobreza, ya resulta descorazonadora, pero estos tiempos aportan un último factor que acelera cualquier proceso destructivo, como es el caso de la actual pandemia: la globalización. La interconexión entre todos los puntos del globo extiende el mal a una velocidad que hace que las autoridades solamente puedan plantear diques de contención, no el desvío de las corrientes destructoras. De hecho, advierte Valladares, África tiene las condiciones ideales para la pandemia, pero se extiende menos porque está más aislada. "Da igual quién la trajera de China, parece que fueron los ingleses y los alemanes, pero una vez en marcha es imparable. No se trata de medidas unas semanas antes o después, es como un incendio en un día muy caluroso de verano. Lo que hay que hacer es evitar la chispa, porque una vez prendido no hay equipo de bomberos que lo salve". Así, se atreve a formular la ecuación de la crisis: Magnitud del desastre = (desigualdad social + destrucción ambiental) x globalización.

Las condiciones atmosféricas pueden servir de amplificador. El modo de contagio del virus fue de las cosas más estudiadas en las primeras semanas de la pandemia. Aparte del contagio por alcance, esto es, las partículas que expulsamos al toser o estornudar, o por contacto con una superficie contaminada, últimamente se ha alertado de que el aire puede ser peligroso en lugares de gran carga vírica. Fernando Valladares hace en el vídeo una reflexión que enlaza con la deforestación y el calentamiento global: "El polvo del desierto actúa de autopista, y con él, el virus puede viajar grandes distancias. Es posible que tenga poca carga vírica, pero es un elemento a tener en cuenta. Y las partículas de contaminación son soportes físicos del virus". Aunque ha recibido críticas porque puede dar a entender que la transmisión por el aire es un hecho, matiza que "el vídeo es una simplificación de la realidad, y en algunas cosas no soy un experto, pero llevo diez años leyendo artículos con evidencias científicas sobre la contaminación. Ahora se dice que este virus sobrevive en las partículas atmosféricas al menos tres horas... ¿saben hasta dónde puede alcanzar una calima en tres horas? La mejor protección para eso es tener una cubierta vegetal".

Los negacionistas y los que no quieren creerlo. ¿Cómo llevan los expertos en medio natural, los que han pasado años estudiando la alteración de las condiciones de vida de nuestro planeta, la corriente negacionista del cambio climático, que tiene uno de sus principales representantes nada menos que en el presidente del país más poderoso del mundo? Fernando Valladares apunta que "hay negacionistas tan extremos que mueven a la sonrisa, pero quiero creer que Trumps o Bolsonaros no hay tantos. Incluso las empresas principales del mundo manejan internamente informes sobre el cambio climático y los fondos financieros apuntan a penar ciertas actividades. Lo que sí creo es que hay un gran colectivo de gente que duda, que nos dice: 'Pellízcame, dime que no es verdad eso que me dices', porque hablamos del descarrilamiento de nuestro modo de vida. Yo creo que esa gente es rescatable. A esos hay que decirles, con psicología, que vamos muy mal, que no lo sabemos todo, aunque conocemos suficiente, y que tenemos que tomar medidas". Y saluda la aparición de la figura de Greta Thunberg: "Nos ha dado un buen coscorrón a los científicos; comunicó en tres meses más de lo que nosotros fuimos capaces de hacer en 30 años y ha marcado un antes y un después en la concienciación, además de obligarnos a los expertos a salir de nuestra torre de marfil, de nuestra zona de confort".

El futuro: amputarse un brazo para seguir viviendo. La pandemia, tarde o temprano, se controlará. Se encontrará una vacuna, antes de lo que sería normal porque estamos en una situación de emergencia planetaria. Y en un plazo de dos o tres años es posible que se produzca una inmunización colectiva, según los estudios, que calculan que para ello tendrá que infectarse entre un 60 y un 80 por ciento de la población. Esta teoría, válida en el largo plazo, era en la que se apoyaba el "premier" británico, Boris Johnson, para descartar el confinamiento de su población y proponer el contagio masivo con el virus ya circulando a toda pastilla por su país (luego rectificó su insensatez). Pero el problema, apunta Fernando Valladares, es hasta qué punto habremos aprendido de esta experiencia y si la humanidad está dispuesta a dar un volantazo. Teniendo en cuenta, sobre todo, que el sistema socioeconómico que destruye los ecosistemas y empuja al planeta al desastre climático es el mismo que permite la subsistencia económica de millones de personas. "Yo lo comparo con una situación de emergencia como un accidente, en el que las alternativa son cortarse un brazo o morir. Es una situación terrible, pero es mejor cortarse un brazo que morir".

Así que, opina Fernando Valladares, como en la canción de Elvis Presley, "It's now or never" (es ahora o nunca). Los expertos en cambio climático se debaten sobre el grado de crudeza con el que tienen que exponer el futuro que nos espera si no cambiamos nuestro modelo socioeconómico, porque el escenario apocalíptico asusta. "Se trata de ir reduciendo el impacto, de ganar tiempo para ampliar el horizonte hasta fin de siglo. El ser humano puede entrar en razón y los ecosistemas adaptarse. Pero hay que hacer algo ya".

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