La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

En la intimidad de Roma

La capital italiana se transforma, en este otoño atípico, en un lugar aún más seductor y se convierte, como dijo Lord Byron, en la "ciudad del alma"

La Piaza Pilota.

¡Caput Mundi! ¡Diosa de imperecedera majestuosidad! ¡Ciudad Eterna! Ciudad que se sobrevive a si misma para que podamos seguir gozando de ella.

Trevi, Navona, Foros Imperiales, Vaticano, Catacumbas, Coliseo, Panteón, Trinitá dei Monti, Campo dei Fiori, Trastevere... Bernini, Miguel Ángel, Borromini, Bramante, Della Porta, Sangallo, Vignola, Maderno, Grimaldi...

Todos forman parte de ella, pero Roma es mucho más. Roma guarda para sí, en su interior, esos lugares atemporales. Esos rincones recónditos, que muchos desconocemos y que forman parte también de su fisonomía, de su esencia más íntima.

En este otoño atípico, es como si Roma se volviera más cercana y seductora para los corazones que, desde el primer día, prendados se han quedado de su embrujo.

Roma atrapa con lazos invisibles y sabe que nunca dejáremos de soñarla, pero al mismo tiempo se entrega al visitante, lo envuelve en su misteriosa atmósfera poblada de sutiles voces arcanas, de nanas arrulladas por sus cantarinas fontanas, desea formar parte de su vida. El dramaturgo francés, Pierre Corneille, decía; "Roma no está en Roma; está toda entera donde yo estoy".

Y es verdad, Roma sabe colarse en los corazones; ¿Cómo olvidar un tramonto romano desde los jardines del Pincho mirando a la Plaza del Popolo? ¿Cómo olvidar el espectáculo que se ofrece en Puente Cavour cuando el cielo bermejo parece incendiar el Tiber? ¿Cómo no añorar los paseos por el Gianícolo en espera de contemplar la imagen de la luz del sol en sus cúpulas prendida?

"Oh, Roma, mi país! ciudad del alma!", exclamaba Lord Byron.

Roma, protagonista de innumerables frases en las que sus autores reflejan la impresión que ellos recibieron al recorrer su fisonomía y el influjo que en ellos ejerció.

Existe una reflexión del escritor danés Hans Christian Andersen que me viene perfecta para intentar dar forma a la sensación que trato de reflejar en estas líneas. El creador de "El patito feo" o "La sirenita", aquellos inolvidables cuentos infantiles, escribía; "Roma es como un libro de fábulas, en cada página te encuentras con un prodigio".

Esto es lo que a mí me sucede al pasearla en soledad, saboreando cada uno de sus rincones que, efectivamente, muchos de ellos pueden ser calificados de prodigio.

Una tarde caminando por la Vía del Pellegrino en dirección a Campo dei Fiori, llamó mi atención un pasadizo verdaderamente cochambroso. Leí la placa de la parte superior que decía, Arco delle Acetari, y aunque el aspecto no invitaba; paredes desconchadas y sucias, papeles por el suelo, quise curiosear. La sorpresa fue increíble. Tenía ante mí un lugar con un atractivo único. Lo primero que llama la atención es el colorido de los dos o tres edificios que allí se levantan, mezclado con el verde de los distintos arbustos con los que forman un todo. Es tanta su integración, que alguno de los arbolillos parece nacer de la propia escalera.

Es verdad que flota en el aire una especie de abandono: macetas con muchas plantas en el suelo, bicicletas esperando que alguien las ocupe... tablas que parece olvidadas, Pero es un rincón precioso, mecido en la niebla del tiempo. Un rincón que bien podría ser el escenario de una historia contada por el escritor danés Andersen. Un cuento que tuviera como protagonista a una niña, la hija de uno de los vinagreros que aquí trabajaban.

Porque, ésta, como la placa indica, era la zona en la que vivían y trabajaban los vinagreros, gente humilde... Desconozco el nivel económico de las personas que ahora viven aquí, pero sin duda les gusta la naturaleza, y ésta no distingue de nivel económico y florece en todas partes. Eso sí, es necesario cuidarla. La Naturaleza está tan necesitada de afecto como nosotros.

Quienes viven en el Arco delle Acetari la quieren. Es una certeza que salta a la vista. Aman a las plantas y a los árboles y además saben valorar la belleza y tienen buen gusto pues han convertido este humilde rincón en una pincelada de hermosura candorosa, como si siempre hubiera estado así.

Es posible que al estilista italiano, Gianfranco Ferré, no le faltara razón cuando aseguraba; "Roma posee la elegancia de la humanidad y de la historia".

Sí, en este rincón romano se representa el encanto de lo humilde, de lo pequeño, esa belleza que posiblemente es más auténtica, que brota de la delicadeza de los sentimientos.

Como las hojas del magnolio de la Plaza de la Pilotta que se enmarcan sobre el evocador pasadizo elevado de fondo, que une los vetustos edificios en los que se atesora el saber de muchas generaciones.

"Elegancia de la humanidad y de la historia"....

Sin duda espíritu elegante tenían las personas que en el siglo XVII mandaron construir la fuente de Vía Gulia. Una calle importante de Roma, en otro tiempo, repleta de anticuarios. Es una fuente mascarón, con un rostro de mármol por cuya boca brota el agua sin cesar.

Es un guiño al pasado, como la que se encuentra a la entrada del Jardín de los Naranjos en el Aventino que también cuenta con un mascarón de mármol y que muchos dicen es la auténtica "Boca de la Veritá".

Goethe que pasó una larga temporada en Italia, decía que "Sólo en Roma uno puede prepararse para comprender Roma".

Confieso que soy una de esas personas que desde el primer momento que pisaron esta ciudad se sintieron fascinadas por ella.

El placer estético, el goce de los sentidos ante tanta belleza como la que ofrece Roma, la convierte en única.

Es posible que en estas líneas me haya dejado llevar de mi amor por esta ciudad, que me hace sentir la trascendencia como algo palpable: Roma es un prodigio continuo. Por ello, hago mías las palabras del cardenal emérito de Génova, Giovanni Canestri, fallecido hace cinco años, cuando decía: "Los nacidos en Roma la aman, pero los que no nacieron allí y la han conocido, a veces, como en mi caso, la aman aún más".

Compartir el artículo

stats