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Psicóloga y logopeda

Edipo, hijo malcriado

Las consecuencias en el niño de la madre que se aferra a él tras perder la autoestima

Cierto que en ese orden de la realidad llamada humana lo irreductible es el individuo. Lo que define la vida del individuo es su dimensión dramática, en la que él es el único sujeto y en la que ningún otro ser humano le puede suplantar; en cambio, el ser persona, la humanidad, lo es por su condición de ser-con-otros, por su dimensión social. Es este remitir a los otros lo que le sitúa en tres ámbitos: afectivo, social y laboral, así como buscar la mejor posición en ellos. En este buscar la situación favorable colabora, en gran medida, el cómo haya sido la relación materno-filial.

Supóngase una mujer vencida por la pérdida de la autoestima. Es fácil que se aferre a su hijo y al papel de la crianza como escenario donde sentirse útil, indispensable y el modo de recuperar parte de la autoestima perdida. Esta circunstancia personal es inevitable que la proyecte en su relación con el hijo, en quien ve algo suyo "al servicio de su objetivo de superioridad personal". Con esta circunstancia es también frecuente que coincida en ella la falta del interés por el marido; circunstancia que acaba proyectándose en el niño, privando a éste del interés por su padre. Se trata de madres posesivas, acaparadoras, absorbentes, manipuladoras, controladoras. Semejante actitud, que cierra la cooperación a otros miembros del entorno, acaba -por así decir- encapsulando al hijo en una única relación, la que mantiene con ella. En esta disposición, en este modo de vivir la maternidad, es fácil que el hijo entre en una relación de dependencia, ligado siempre a ella.

Para los miembros del matrimonio existe -por así decir- tres ámbitos de relaciones: la que mantienen entre sí, la correspondiente con los hijos y las propiamente sociales o aquella que han traído al matrimonio, como las ampliadas por razón de la vida laboral y círculos sociales. El hecho que la madre se centre exclusivamente en lo materno-filial conlleva consecuencias cuando menos grave para el infante, por cuanto una relación de esta característica acaba malcriando al niño, haciendo de éste un crío mimado. El primero de los daños observable en estos niños es que llegan a adultos sin haber alcanzado cierto grado de independencia y, consiguientemente, incapaces de afrontar la vida por sí mismos. En segundo lugar, con esta forma de relación materno-filial, la madre priva al hijo de la apertura al conjunto de la sociedad humana y al interés de ser-con-otros.

La cooperación de la madre con el hijo es enriquecedora para éste cuando ella le despierta el interés por los otros, comenzando por "ampliar el interés hacia su padre", así como la confianza en los otros miembros de la familia y de quienes forman parte de la vida social de su entorno. Cuando la madre centra el interés del niño solo en ella, hará de él un individuo egocéntrico quien, cuando se le pida consideración o cooperación con otros, se sentirá perjudicado en sus derechos e intereses. También, se sentirá amenazado por todas aquellas personas, familiares o no, que puedan despertar el interés de la madre y, por ello, privarle de las atenciones que ella le dispensa. He aquí el origen de la dinámica edipiana: estos niños alimentan un odio y rechazo por el padre a quien ven como un rival, que les puede restar el interés y atenciones de su madre. Esta inclinación a dominar y poseer la madre, de "ejercer sobre ella un completo control y convertirla en sirviente" es el drama propio de Edipo. Ya de adulto, prolongará esta situación en la relación con la pareja: hombre atormentado por los celos, posesivo, acaparador, controlador, manipulador, es muy posible que acabe sentado en un banquillo, ante un juez, porque ha decidido quitar la vida a la mujer o novia, "porque era suya".

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