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El alma ensombrecida

Las razones que devienen en el comportamiento envidioso

La envidia, en cuanto sentimiento, ofusca el raciocinio y contribuye a formar una percepción falsa -por deformada- de la realidad. Anida en el alma de quien se siente insatisfecho consigo mismo y con la vida que vive. La persona sufre por el "vacío de su corazón", y le atormenta la certeza de su impotencia o "reconocimiento de ineptitud" para colmar ese foso de insatisfacción personal.

Este estado de ánimo tiene su origen en la conciencia de una carencia dolorosa, la de algo valioso y presente en otra persona, en el envidiado. La llamada "psicología profunda" mantiene que en el alma, "donde hay sed de poder y de superioridad", anida la envidia, como mecanismo de defensa frente a un arraigado sentimiento de inferioridad. Cierto que el sentimiento de inferioridad no necesariamente debe asociarse a la envidia; se da el caso del acomplejado que, emulando al meritorio, evita ser presa de aquella lacerante afección del alma.

Se envidian cualidades morales e intelectuales. Así, se da el caso de quien, habiendo tenido ocasión de estudiar, no ha aprovechado los medios que la sociedad ha puesto a su disposición, bien por dificultad en la asimilación de conocimientos bien por despreciar la oportunidad brindada. De ahí que el alma orgullosa, en presencia de personas con formación académica, dé alivio al tormento de la inferioridad mediante expresiones descalificadoras tales como "gente leída" o "gente estudiada", sin ocultar el desprecio que les merece. La misma intención no oculta, cuando se refiere aquellos considerados de mayor altura moral. Hay en el orgulloso un hondo sentimiento de inferioridad personal, pues sabido es que la pérdida de la autoestima "es menos usual entre los egregios que entre los mediocres o ínfimos". El orgulloso envidiará, igualmente, cualidades heredadas, bien sea el atractivo físico, el color de ojos y de pelo, habilidades innatas, etc. y, sobre todo, envidiará el éxito social o prestigio. En cambio, el codicioso envidiará los bienes materiales, los alcanzados por el esfuerzo personal y el ahorro.

Un mecanismo de defensa del envidioso es la negación. Así, a todo aquello de lo que él carece pero anhela en secreto le niega su valor. Así, disfrazado de "altruista o justiciero", si se trata de la belleza, su empeño se dirigirá a desdorar a la persona que lo es, argumentará que el atractivo físico no es lo más importante, y juzgará a su poseedor de hombre y mujer objetos; si se trata de dinero o bienes materiales, será el abanderado contra el consumismo, el dinero y la desigualdad social, por ejemplo. Sin embargo, el mecanismo de defensa no queda ahí, en negar lo que anhela en lo más sombrío de su alma, sino que recurre también a "justificar la ineptitud personal y las propias inferioridades". En este caso, el envidioso bien "culpa a los otros y al mundo" de no haber obtenido una titulación académica, por ejemplo, bien argumenta que su circunstancia personal no ha sido tan favorable como la de otros, como es la de los hijos de los ricos o de padres influyentes, por ejemplo, desventaja que -argumenta- le ha impedido demostrar su talento, su valía personal.

La envidia es una de las mayores perversiones morales, por ruin e injusta, "porque no hay justificación alguna para dolerse de la felicidad ajena y gozarse de su desgracia". Las maniobras del envidioso para dañar a la persona envidiada pasan ora por eliminarla mediante ostracismo o vacío social, ora "la hipercrítica" o exagerar los defectos y silenciar o empequeñecer lo meritorio, ora desdorar al egregio con la difamación, ora calumniar. En su grado de mayor perversión moral, la envidia acaba modificando el mapa mental. Este es el caso de quien sólo ve mal y defectos, y disfruta complaciente con chismes y comentarios calumniosos que cuestionan la valía personal del envidiado.

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