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Psicóloga y logopeda

Circunspección y paroxismo

Lo habitual de la persona de indomable apetito de aprobación y reconocimiento es estar en alerta, estar pendiente de lo que acontece en su entorno. Este mantener continuamente la atención centrada alrededor es rasgo que nos ha quedado -según la doctrina de la evolución- de nuestro pasado simiesco. En quien el deseo de aprobación se presenta indomable, esta enajenación o estar fuera de sí, pendiente del entorno, le puede conducir a la dolorosa situación de quedar atrapado y sumergido en el flujo de lo que acontece en la vida de los otros. Este estado, sin tregua para una retirada "dentro de sí", deja al individuo como impedido para vivir "desde sí mismo". Es esta incapacidad la que conduce al individuo al estado de paroxismo y alharaca, al que es dado llegar en su vida social o pública. Sin miedo a quedar en evidencia, sin el menor rubor, esta persona parece pretender ser "novia en la boda, niño en el bautizo y muerto en el entierro". Es lo que se entiende -en expresión popular- ser una persona "espontánea" o "natural".

Es comprensible que el paroxismo se dé habitualmente en adolescentes, en circunstancias como conciertos de música joven, competiciones deportivas, etc. Se entiende que así sea: están aún en la etapa de formación, de asimilación de las convenciones sociales y de control de sus impulsos. En cambio, cuando en el adulto tiene lugar semejante afectación, deja al descubierto un marcado temor a ser ignorado, temor propio de quien ha sufrido la carencia del alimento afectivo en su pasado infantil; carencia de ese preciso sustento que le hace sentirse a un niño deseado, querido, tenido en cuenta e importante para los suyos.

En quien no se encuentra a sí mismo, en quien no posee una vida propia, en quien no se ha puesto de acuerdo consigo mismo acerca del valor de su vida, en quien es éste el estado de su existir, el apetito de aprobación se hace indomable. Su conducta delata, por un lado, la enfermiza inseguridad por un arraigado complejo de inferioridad y, en segundo lugar, el anhelo de aprobación. De ahí que esta persona lleve mal la observación o llamada de atención acerca de sus errores, así como de lo desacertado e inoportuno de su conducta.

Respecto a la circunspección habrá quien opine que es un rasgo de carácter y, por lo mismo heredado. Tratándose de una virtud social, habrá que considerarla más bien como adquirida por asimilación, esto es, mediante el aprendizaje vicario de la observancia en sus mayores de las convenciones sociales. Por otro lado y como virtud, la moderación o prudencia representa uno de los logros más elevados de la evolución cultural que nos aleja de lo primitivo. También, como virtud, define una forma de vida: en primer lugar, la persona circunspecta vive sin estar presa del mundo y, por ello, sin alteración; por otro lado, al tener un mayor control de su comportamiento frente al mundo, "puede, de en cuando en cuando, suspender su atención a lo circundante, ensimismarse y meditar"; en tercer lugar, ambas habilidades -aislarse y ensimismarse- lo son sólo de una mente educada y entrenada ad hoc, desde su más tierna infancia.

El poder recogerse en la propia intimidad le es posible a la persona que se vive en sí y desde sí misma; por consiguiente, en quien se ha labrado una vida propia. Y esta capacidad de ensimismamiento, de recogimiento en sí mismo es ardua de conseguir; porque, como se ha dicho líneas más arriba, lo natural es la vida simiesca, gobernada y tiranizada por el entorno. Así, desde la consideración de la filogénesis, el vivir en sí y desde sí mismo ha sido una conquista tardía; en el orden de la ontogénesis, sólo le es dado a quien ha recibido el aporte afectivo para construirse una personalidad segura, aporte acompañado del correspondiente entrenamiento y educación orientados a tal logro.

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