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Psicóloga y logopeda

El delincuente

Una condición que el individuo adquiere cuando decide situarse al otro lado de las normas y leyes

Curiosamente, el fracaso "en la forma de abordar la vida" es el rasgo compartido por el joven de conducta disruptiva, el drogodependiente, el delincuente y el pervertido sexual. Comparten éstos graves carencias en la preparación para la vida. Ellos coinciden con todos los miembros de la especie humana en la común condición de ser parte constituyente del tejido social y, consiguientemente, en la ineludible tarea de ser-siendo-con-otros. Comparten, también, el común motivo de resolver felizmente las dificultades que salen al paso, así como alcanzar una vida satisfactoria y, como consecuencia de ambos logros, sentirse seguros y satisfechos con lo que se es y se hace. Pero, es el caso que, en estas personas, de la errada forma "de abordar los problemas de la vida" son las pinceladas que oscurecen el fondo de su paisaje social y, del desinterés por sus semejantes, el relieve más sobresaliente.

En estas mismas páginas de Occidente Opinión (LNE), se ha recogido el comentario acerca del espíritu competitivo en el niño. Esta observación de índole antropológica y psicológica lo es, en sí, acertada, por cuanto señala el anhelo común al conjunto de los individuos humanos, el "anhelo por ascender del abajo al arriba"; anhelo que cesa sólo coincidiendo con "la hora". A este respecto, ¿qué decir acerca del delincuente?

Hay en su pasado -no necesariamente- una "cuna de la derrota". No por ello deja de arder en su alma el "anhelo de la victoria". En una primera aproximación a su conducta, se ofrece a la mirada, sin ánimo de ahondar, una aparente obstinación por "la deriva existencial". Sin embargo, esta obstinación tan sólo es aparente. En un giro de caracol, la mirada que busca ver en lo insondable del ser humano, descubrirá lo intrincado del alma del delincuente, como compleja lo es también la de todo ser humano. Este mirar descubrirá que aquella obstinación no lo es por "la derrota", sino más bien anhelo por alcanzar "el arriba"; tan sólo la preparación recibida para la consecución de tal objetivo ha sido deficiente y, consiguientemente, el camino elegido -el "desinterés por sus semejantes"-, el errado.

El delincuente no tiene que ser precisamente alguien que haya perdido sus facultades mentales, al menos, las que atañen al juicio moral, de lo que está bien o mal, como bien se pone de manifiesto en su intención de ocultar sus acciones. El delincuente posee sus facultades sin alteración patológica; lo que le permite concebir y planificar la ejecución de sus maldades, incluso manipular a otros de debilidad mental o personal para que sean los autores materiales del delito. Si, como se ha dicho líneas más arriba, el delincuente comparte con sus semejantes el "anhelo por ascender", de éxito en la vida, ¿qué es lo que le convierte en delincuente? Sencillamente, el individuo se convierte en delincuente cuando, en la consecución de su anhelo de plenitud, no para en considerar el daño o perjuicio que puede causar al prójimo, y decide situarse al otro lado de las normas y leyes que protegen los derechos de sus semejantes.

Por otro lado, el delincuente no nace; no existe un código genético que determine la conducta de un individuo. Entonces, ¿se podría hablar de un determinismo ambiental o familiar? Los hechos no parecen confirmar tal suposición. Así, se comprueba que individuos que han vivido en familias desestructuradas, en su proceso de integración al mundo de los adultos, han evitado andar el lado obscuro del bosque; en cambio, niños de "familias de irreprochable pasado" han decidido saltar al otro lado de la calle; ha habido también quienes, habiéndose adentrado en la delincuencia, la experiencia del dolor causado innecesariamente, así como el sufrido en el sendero errado, le han llevado a cambiar la percepción de sí mismos y de su entorno.

Llegado aquí, la pregunta que sale al paso es: ¿en qué momento y cuáles son las circunstancias que llevan al individuo a errar la elección del estilo de vida?

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