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Navia en el corazón

El dolor por la pérdida de Chamaco, un naviego inteligente, cariñoso y leal

La muerte de una persona cercana es siempre dolorosa, puede ser la mayor experiencia de la tristeza. Pero si esa persona fue nuestro apoyo, nuestro regocijo, y supo abrir nuevas posibilidades a nuestra biografía es obligado pensar que su vida ha sido más relevante que su muerte. Esa es la cara que ahora debemos saber reconocer y sobreponer a nuestro pesar. Manuel Suárez, "Chamaco", ha fallecido en Ciudad de México cuando se encaminaba a cumplir los 77 años. Es difícil encontrar a alguien que haya llevado a Navia tan dentro y lo manifestase siempre de forma tan expansiva y alegre.

Todos lo recordamos con la bandera española con "Navia" en grandes letras en el mundial de México de 1986, corriendo una y otra vez por las gradas, apareciendo en las pantallas de todo el mundo, tal como recogía Martínez Magdalena en LA NUEVA ESPAÑA. O su llegada en barco de vela cruzando el Atlántico como homenaje a su padre, emigrado de niño a la tierra donde él mismo nació, y cumpliendo una aventura que albergaba en su imaginación desde que siendo adolescente pasaba largas temporadas en el pueblo de su madre. Aquí compró y restauró una de las mejores casas de la villa, donde recalaba con toda la tropa familiar y que siempre abrió a todo el mundo. Las tertulias en la cocina con sus hijas y con Rosa Mari, con Mari Luz, viendo a los nietos entrando y saliendo después de rapiñar algo de comer, eran una ocasión para la felicidad, la de él y la de todos.

En momentos diferentes me descubrió dos mundos nuevos, determinantes después de mis apetencias y aficiones. El río, tras regalar a mi hermano mayor el "Chamaquito", un pequeño bote de apenas dos metros en el que con pocos años los que éramos sus sobrinos y nuestros amigos aprendimos a remar y realizamos nuestras primeras expediciones y excursiones por las vegas de Navia y Coaña. Y la navegación por el Mediterráneo, recorriendo a vela varios veranos la costa peninsular y las islas Baleares, de puerto en puerto, bañándonos, trasnochando sin parar de hablar, a la luz de las estrellas, disfrutando las noches más hermosas que uno pueda vivir.

Durante aquellas travesías a las doce de la noche solía conectarse a "la rueda de los navegantes", organización creada hace medio siglo por el canario Rafael Castillo, un coloquio de marinos radioaficionados de habla española por todo el mundo y entre los que era bastante popular, y en la que participaba alguna vez el rey Juan Carlos. A todos aquellos que hubiesen vivido y amado la mar y lo que con ella se relacionase hacía sus compañeros, aunque Ofelia, mujer naviega pionera en la radioafición, era su estación de referencia, y con ella, además, podía hablar en "fala" para informarse desde cualquier lugar del planeta de las cosas del pueblo.

Cuando llegaba de veraneo o de paso de alguno de sus viajes se le veía por todas las calles en busca de alguna cara conocida, o sentado durante largos ratos en el muelle, el lugar donde transcurrieron sus mejores momentos de niño y del que hizo su lugar para estar y recobrar sus vivencias y pasado al hilo de cualquier parleta. Gracias a su ingenio para la conversación, con él nadie podía dejar de sonreír. Sus recuerdos, cuajados de anécdotas simpáticas, los contaba siempre con gracia inigualable y desde una portentosa memoria. Y aunque podía recibir en su casa al presidente de México o a cualquier alto personaje de la vida social mexicana, donde se encontraba a sus anchas era con sus amigos de aquí, con los de la infancia, que conservó siempre, con Veigán y su propio suegro, al que adoraba y era su compañía preferida en Navia.

Chamaco fue una persona inteligente, de una gran cultura, decididamente desentendido de cualquier formalidad y compromiso fingidos. Repartía cariño indiscriminado hacia toda la gente, era leal a su pueblo adoptivo y todas sus cosas, especialmente a su tradición oral, utilizando palabras ya desaparecidas, situando y describiendo lugares perdidos, y lo hacía sin petulancia ni afectación erudita, como si fuese un "aparecido" de hace muchos años al que nos encontrásemos casualmente y se explicase para nosotros. "Mexicano con vocación de naviego", le llamaba su amigo Jorge Jardón en un amplio reportaje de 1997. Y, ciertamente, alguno pudo ser tan naviego como él; más, nadie. El mar era desde niño su gran pasión. Y su obsesión, volver a Navia.

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