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La ventana

Pringados de corrupción

El contraste entre las actitudes que nos parecen tolerables y las que nos ofenden

Un caballero de avanzada edad, que aún conservaba el talle esbelto y lucidez mental intacta, llegó a la capital del concejo y comentaba a un par de conocidos que el motivo de encontrarse allí era visitar al alcalde (todo se desarrollaba en un entorno de hombres), ya que pretendía ampliar su explotación ganadera, que ahora comandaba su hijo. El trato directo con el alcalde era para allanar el camino para los reglamentarios trámites. Expuso el caballero sin reparo alguno que obsequiaría al primer edil con un jamón, no portaba el apéndice del animal pero sí un vale, que exhibió sin recato, añadiendo que también era portador de otro para el líder de la oposición (también hombre), pues aunque no ostentaba mando en plaza podría llegar a tenerlo algún día.

Nunca he sabido si el alcalde aceptó de buen grado el obsequio y nunca oí comentar que lo hubiese rechazado. El caso no encabezó el telediario pero es, en algún grado, ejemplo de corrupción. Existe un sentimiento generalizado de repudio y desprecio a casos como los de Rato, Urdangarín o Villa, y nos sentimos tolerantes con otros casos por el simple hecho de ser de menor cuantía.

Una mayoría de ciudadanos deseamos castigos ejemplares para toda esa cantidad de corruptos que pueblan nuestra Piel de Toro, y por el contrario nos sentimos halagados cuando el político de turno acepta nuestra invitación, dando a entender que potencialmente caeríamos en la tentación grave si se nos presentase la ocasión.

No hacen falta dotes detectivescas para saber de casos en que alcaldes y alcaldesas y otros miembros de las corporaciones locales acuden solícitos a festejos y otros ágapes sufragados por empresarios que han entablado algún contacto con los ayuntamientos para contratar obras o servicios públicos. Son los mismos que se escandalizan cuando descubren que los grandes bancos condonan las deudas de los grandes partidos.

Cualquiera confiesa que ha recurrido al agente de la policía, al concejal correspondiente o al propio alcalde para anular una multa de tráfico, lo que implica corrupción por ambas partes. Y hasta alardeamos cuando burlamos en algo a Hacienda o a nuestro médico para lograr una simulada baja laboral. Y sin entrar en los entresijos que se tejen en las cloacas del Estado ni en las grandes transacciones internacionales.

En el fondo somos hechos de fragmentos de corrupción más o menos confesables.

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