La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Psicóloga y logopeda

¿Qué me cabe esperar? Adán y Sísifo

Las distintas formas de afrontar la certeza de la mortalidad

Morir es algo que le acontece a quien vive; la mortalidad ha fijado los límites de la vida entre el nacimiento y la muerte. "Mors certa, hora incerta", es la fórmula latina que recoge esta obviedad. Esta constatación da paso al duelo en el corazón del hombre entre el anhelo de vivir sin cesar y el saber que se ha de morir.

Ahí, instalado en el duelo, a quien vive el absurdo le asalta. "¿Para qué vivir?", se pregunta. La respuesta es bien distinta en el hombre de fe, quien cree estar destinado a ser en otra vida, que en el hombre de la convicción de que nada se ha de esperar. Es el drama que comparten Adán y Sísifo. Párese mientes en ambos modos de ser en el mundo. Bien mirado, no es casualidad que las dos tendencias -fe versus absurdo- en lid se dé en el alma de quien vive. Es como si de dos máscaras se tratase para representar el mismo drama: "to be, or not to be" (ser, o no ser). Es, instalado en "la vida solitaria del alma" y sumido en sus pensamientos, cuando Adán se habla con la palabra del interior, para descubrirse a sí mismo que son trazos de absurdo lo que dibujan su camino. A él, que ha comido del "árbol de la vida" y, consiguientemente, ha abrazo la fe en "la vida perdurable", le asalta también la duda. En el diálogo consigo mismo, en el diálogo del solitario, Adán no puede evitar preguntarse acerca de la razón de vivir esta vida, rosario de vicisitudes penosas, incluso, la más desgarradora, aquella que duele en la misma raíz de la vida, como el asesinato de su hijo Abel a manos de Caín. En la creencia de estar destinado a vivir allende este mundo, Adán se pregunta por qué Dios, desde el mismo acto de su creación, no le ha instalado en la vida perdurable. Hombre temeroso de Dios y de la Ley, sumido en sus pensamientos de solitario, no rehuye el duelo de su fe versus el absurdo. Sabedor de que esta vida tiene los días contados y en la proximidad de "la hora", la última, Adán se debate entre la fe, de que la campanada de "la hora" es la que llama a acceder a la vida eterna, y la convicción racional de que con ella llega su cesar definitivo.

Adán ha decidido instalarse en la fe; Sísifo, en cambio, en el absurdo. Es sabedor Sísifo que este sinsentido no es tanto elegido por él como realidad que se le impone en su objetividad irreductible. Sin embargo, solo en su soledad, se halla atrapado por las dos tendencias en lid en su alma, la lid habida del anhelo de inmortalidad frente la vacuidad de la muerte. Ciertamente, Sísifo, en la tarea de subir sin cesar la pesada piedra hasta la cima de la montaña, para, acto seguido, desandar sus pasos y volver a empezar, ha abrazado el absurdo, en la convicción de que, allende "la hora", nada hay. Sísifo es el hombre sin esperanza, quien hace su vivir en la convicción de realizar un trabajo absurdo, inútil. Aun así, el alma de Sísifo no escapa a la tensión de las dos fuerzas en lid. Homero nos da a saber que el alma de su héroe no está libre de la lucha entre ambas fuerzas, cuando narra de él que "había encadenado a la Muerte". Consiguientemente, si damos crédito al mito homérico, se descubre igualmente en quien se ha instalado en el nihilismo el anhelo de "la vida perdurable". Cierto que este anhelo de perdurabilidad lo es de seguir siendo en este mundo, pero, a la postre, anhelo de perdurabilidad. Narra el relato homérico la vida solitaria del alma de Sísifo, quien se descubre, para sí mismo, el absurdo de su vida en este mundo, en el real, en el que se encuentra inseguro, extranjero y perdido. A su vez, este hablar del solitario consigo mismo es el modo indirecto de expresar el héroe, en silencio, el anhelo compartido con el hombre que abraza la esperanza en "la vida perdurable".

Compartir el artículo

stats