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Tiempos de castañas

El distinto tratamiento del fruto que explica la diferencia entre el pasado y el presente

Finaliza el otoño, tiempos de aire cálido de castañas, de bosques sepias y dorados, de caída de las hojas, e iniciamos el invierno, en donde la naturaleza se desnuda, sin pudor alguno, dejando al descubierto las cortezas de las ramas lisas o rugosas de los árboles, sin vida y sin sabia, al igual que los humanos.

Tiempos de castañas y polientas de maíz eran los años de la posguerra, y en los pueblos la vida transcurría con tranquilidad a pesar de la escasez y la miseria y el racionamiento. Los recursos eran mínimos; por ello, se aprovechaba todo aquello que la tierra te brindaba alternando con el corral y la cuadra; días de otoño dorados, se salía a llevar las vacas, o la vaca, a pastar en el prado, con tibio sol, orbayo o lluvia; refugiándonos con un viejo paraguas de tela negra atado con una cuerda, o un saco de cáñamo colocado sobre la cabeza con una esquina hundida, en forma de capucha. Con estos pertrechos, mientras las vacas se pastaban, los vecinos del pueblo nos dedicábamos, con la fardela y la tenaza de madera de castaño cocida y fendida a la mitad, al "rebusco" de las castañas entre la fueya, abriendo los erizos pisándolos con las madreñas.

Aunque los castañeos eran privados, los dueños te permitían aprovechar el "rebusco". Lo que sé era sagrado y no debíamos tocar era la "xoxa", en donde se almacenaban los erizos tras el "vareo", para que se fuesen descomponiendo y liberando así las castañas.

La mayoría de los castaños estaban injertados y la calidad de la castaña era excelente. Gracias a este fruto, que, al parecer, llegó a nuestra tierra de la mano de los romanos, se pudo paliar el hambre, haciendo potaje de castañas, haciendo harina de castañas moliendo las mayucas, para luego mezclarlas con nabos y berzas, pan de castañas o simplemente comiéndolas cocidas o asadas, alimento que fue básico para personas y animales, pasando en tiempos modernos al exquisito y lujoso "marrón glasé".

La vida en los pueblos transcurría en los inviernos de forma apacible, casi emulando la hibernación de otros mamíferos; mucho calor de hogar en la tsariega, trabajando la lana, las blindas de castaño o salgueiros, la matanza, la forja de los aperos de labranza en la fragua, el mosto de sidra, es follones del maíz algún que otro fervidillo, acompañados de castañas amagos tadas o cocidas, con una gota de anís para acompañarlas de leche tiesta; partidas de tute y brisca a la luz del candil y muchos cuentos de lobos y güestias. Y así pasaba la vida en los pueblos, lentamente, hasta que los días, tras las heladas y las nieves, se iban abriendo hacia la primavera con la aparición de las mimosas; retoñaban las ramas de los árboles y brotaban nuevas plantas en una tierra que salía del reposo invernal; era llegada la hora de despertar, de arar las tierras y abonar los surcos con el cuito, para la nueva siembra, de esto hace apenas un puñado de años? y parece que fue ayer, cuando el tiempo lo contábamos por décadas, y las etapas de la vida eran marcadas por el pitillo del adolescente o la incorporación a la mili.

Sin embargo, son ya muchas generaciones a las que esto les suena a "batallitas de los abuelos", ahora las castañas son para los "amagüestos festivos" y las movidas otoñales, ya no se necesitan para mitigar el hambre, ahora usamos pulseras para controlar los pasos, las pulsaciones, las calorías, el peso y el colesterol.

La castaña ha sido el sustento de muchas generaciones y la causa principal de que en ciertas épocas los jamones de Tineo adquiriesen fama nacional, sin nada que envidiar a los de Jabugo o a los extremeños, y todo ello porque el cerdo asturiano caminaba entre las castañares alimentándose de su fruto y de alguna que otra bellota de roble, un cerdo de capa oscura y fibroso, por su ejercicio, salado y añejado en duerno para luego secar en la panera.

Más tarde llegaron a nuestras tierras los arcones de maíz y las patatas, procedentes del continente americano, que no guerrearon ni sustituyeron a las castañas sino que las complementaron en perfecta armonía, pero ahora, hasta para las fiestas de amagüestos y esfoyazas tenemos problemas para encontrar las panoyas... y las castañas. Los castañeos están abandonados y las castañares, en muchos casos, acogotadas por la hiedra; el maíz es transgénico, carente de panoyas.

Llega el invierno de la vida y la savia baja, nos quedamos sin energía en las venas de la naturaleza, sin castañas y sin polientas. Una lástima... pero nos queda lo virtual y lo festivo.

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