Es el individuo humano sujeto moral y, por ello mismo, dueño y señor de su vida y de lo que de ella quiera que sea. Es esta la razón por la que cada uno es portador de su propia biografía; más o menos fiel, él es el notario de lo que ha venido haciendo, para ser el que, en el presente, ha llegado a ser. Cada una de estas biografías muestra los recurrentes episodios de afección por absurdo; afección que, como estela en la mar, acompaña al mismo hecho de vivir.

Desde el momento que tiene lugar el despertar de la conciencia a la realidad irreductible de ser guionista y actor de la propia vida, el individuo humano, con una aprehensión más o menos clara de su ser en este mundo, sabe que éste, al que ha sido arrojado, le es desfavorable, y de cuyo suelo no siempre puede estar seguro que sostenga sus pies. Forastero en su vida, por momentos, y en la que las farolas están apagadas, casi siempre, el sujeto se descubre atrapado en el absurdo. (La fórmula más habitual oída, para referirse a estas fallas recurrentes en el alma, es la "sensación de insatisfacción" por la vida que se vive, que se lleva). En su grado de mayor gravedad, esta afección hace de quien la padece un ser angustiado, hastiado, cansado de vivir. Cierto que se trata de un estado transitorio (si bien recurrente, pero transitorio), y no puede ser de otro modo, porque la pasta de la que está hecha el ser humano no es para soportar esta afección como crónica. Llegado a este estado patológico, y cuando se es la falsificación de sí mismo, quien así vive parece haber optado por hacer tiempo sin esperanza, por "sostener y soportar la nada de sí mismo y el vacío vital o aburrimiento".

A Wendy le ha acontecido encontrarse aquende el espejo. Wendy, a diferencia de su hermana Alicia, se ha negado a ser mayor. Quiere vivir el eterno presente infantil, ha decidido seguir "acomodada en el rincón de una gran butacona", anclada en lo atemporal de las ensoñaciones infantiles; instalada en la adolescencia, "sin posibilidad de inscribirse en una historia, se vive a sí misma en lo inmediato, sin preocuparse de las consecuencias". Wendy ha renunciado a tener biografía.

A Wendy le ha sorprendido la revuelta juvenil de mayo del 68, la de los adolescentes de la universidad de La Sorbonne. Sin saber cómo ni parar a pensar en ello, Wendy sigue al abanderado de la rebelión juvenil, el adolescente Daniel Cohn-Bendit. Los jóvenes actores de la revuelta comparten, paradójicamente, no la vocación de la autonomía y liberación personal, sino que prefieren mantener el cordón umbilical, "prefieren ser asistidos mediante los cuidados maternos de la sociedad", hasta el extremo de imponer a la sociedad modelos adolescentes de entender la vida. Y en el caso que Wendy y sus compañeros de viaje de "nunca jamás" se oponen, en obstinada rebeldía, a la asunción del destino individual de alcanzar con "el sudor de su frente" la autonomía personal. Wendy ha rechazado seguir las enseñanzas del padre y del abuelo: "Trabaja niña, no te pienses / que sin dinero vivirás / Junta el esfuerzo y el ahorro / ábrete paso...".

No por dejar de oír el tic-tac el tiempo cesa en el transcurrir. Ya, postadolescente, entrada los cuarenta y? tiene dificultad para dejar de ser adolescente. Es el caso que le ha llegado el momento de la orfandad y no tiene a quién gorronear. De la casa de los padres ha sido desalojada, porque en venta los hermanos han decidido poner y, a su vez, éstos no están dispuestos a que les gorronee, porque familia tienen, por la que han de mirar. Tarde, Wendy descubre que se ha desprendido el cordón umbilical y se ve arrojada al mundo de los adultos.

Ahora, en su presente sin biografía y en la encrucijada de parasitar o aceptar la realidad, a Wendy le ha sorprendido una crisis personal, y comprueba cómo sus compañeros de la ensenada del pirata son habituales consumidores de ansiolíticos para calmar "sus angustias existenciales".