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La lezna y la parafina

Recuerdos de la talabartería de Isidoro, un hombre bonachón

Los artesanos han sido durante mucho tiempo parte vital de la vida de un pueblo y sus herramientas, frecuentemente, fabricadas por ellos mismos en función de sus necesidades, eran de una gran simplicidad y eficacia. Siempre me ha llamado la atención la lezna, un simple punzón que atravesaba la lona o el cuero para facilitar el acceso a la aguja que portaba el hilo de bramante, previamente encerado en la bola de parafina; la lezna era vital en la talabartería para coser las piezas hechas a mano, al igual que lo eran la larga cuchilla de zapatero, las hormas, el martillo, el yunque, la tenaza, las tijeras?.

En mi pueblo había muchos artesanos que ejercían su oficio magistralmente, era tal su prestigio que venían de otras comarcas y provincias, aprendices deseosos de conocer la profesión; herreros, zapateros talabarteros, hojalateros, sastres, madreñeros, cesteros y otros muchos que aportaban vigor al comercio a los mercados y a las ferias.

Aquellos maestros artesanos formaban una auténtica escuela laboral. En mi pueblo, todas las casas estaban habitadas y en la mayoría de los bajos se practicaban estos oficios; los artesanos del pueblo tenían una serie de viejas herramientas apartadas para que los niños las usásemos, tal era el carácter de aquellos vecinos entrañables. En la talabartería o en cualquier otro oficio con los retales de cuero, la badana o la lona sobrantes de los patrones para, sillas de montar, albardas o botas, los niños hacíamos tiras de cuero para ponerlas en la suela de las alpargatas "argentinas" clavadas con tachuelas de bota de monte, convirtiéndolas en las "adidas" de la época; también podíamos recortar una redondeada badana para poner al final de las gomas de cámara de camión atadas a un "forqueto" y así formar un "tiracantos", arma ésta, muy común junto al arco y flechas realizados con las varillas del viejo paraguas.

Aunque los niños no éramos conscientes de ello estábamos viviendo la posguerra civil y en plena guerra mundial, como muestra tenemos los álbumes, que algún vecino se traía de Madrid, con armamento, de británicos, japoneses, italianos, alemanes y soviéticos, tanques y aviones, además de armas ligeras, más tarde aparecerían los americanos, pero estos a través de las aventuras del FBI. Época de estraperlo, contrabando y cartillas de racionamiento; en una palabra, época de hambre y miseria, pero que en los pueblos se mitigaba más fácilmente que en las ciudades, porque el que más y el que menos disponía de un pedazo de tierra, una vaca, alguna oveja y por supuesto un cerdo para la matanza, además de la solidaridad con la que te acogían en alguna casa en donde se podía comer a cambio de una ayuda.

Uno de los establecimientos más populares era la talabartería de Isidoro, un hombre bonachón, con mucha sorna, procedente de Trascastro, en Villablino; regentaba la talabartería o guarnicionería en compañía de su hijo Isidorín, más tarde se fueron incorporando los sobrinos Jesús y Avelino, procedentes del mismo pueblo leonés. La talabartería de Isidoro tenía un olor peculiar y allí había un mostrador sobre el cual se cortaban los cueros y las lonas o se formaban las albardas rellenándolas de paja húmeda y cosidas con la aguja ayudada por la lezna y empujada por la muñequera; tras el mostrador estaba Isidoro y delante estaba la mesa de zapatero, con las hormas y los martillo, junto a la ventana, sentado en la silla frente a la mesa, con un mandil patinado por anilinas, cortes y sebos o betunes, estaba Isidorín, luego había varios tayuelos que los iban ocupando los tertulianos habituales con asistencia de algún que otro esporádico. Entre los tertulianos fijos estaban Francisco Gayo, "Paco Chomba", Ramoncito Capalleja y Manuel de Balba, de vez en cuando se acercaba Ramón de Quinta, Lucio o Ramoncín de la Cura. Entre todos ellos, compraban un periódico, de formato tabloide y Paco Chomba iba leyendo las noticias sobre la marcha de la guerra mundial. El grupo se dividía entre anglófilos y germanófilos, lo que hacía que todos apostasen por Rommel o Montgomery a la vez que se hablaba de Lángara, Herrerita, Emilín o Antón por mencionar algunos; con frecuencia asistían a las tertulias, Carballo, Figueroa o Claudio, tres guardias civiles vecinos del pueblo. Entre medias, durante el invierno se tomaban unos fervidillos calentados sobre la estufa, así, día tras día, iba transcurriendo la vida en el pueblo. El pueblo con miseria, pero con vida, entre la lezna y la parafina.

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