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Volver a volver a Cudillero

El privilegio de estar en un pueblo bien cantado que prueba que existen los milagros

Mujeres y hombres de esta tierra y de este mar, pixuetos y caízos, hermanos en el amor a Cudillero:

Desde lo más hondo del hondo Sur he venido, pisando la áspera y espléndida España, hasta estos montes y esta orilla vuestra. He cambiado el numeroso jazmín y el geranio vehemente, allá junto al lago Mediterráneo, por el verdor de Asturias y por los cantiles del Cantábrico. Que Jesús me ayude y me ayude la Virgen Soberana a "ichar L'Amuravela como San Pedro 'asperaba'". Habéis dado posada a un "pelegrín" que sólo trae en su zurrón viajero versos y prosas. Unas pocas palabras para dejarlas, como una bandada de gaviotas, por el puerto. Unas cuantas razones de amor, urdidas bajo las palmeras malagueñas, para dejarlas en Cudillero, cerca de dos ríos chicos que van a dar al mar, que es el morir y el vivir de este pueblo vuestro y mío.

Se es de donde nace y se es de donde se vive. Acaso también se es de donde se muere. Pero se es también de todos los sitios donde uno ha estado; de todos los sitios donde al despedirse -que llegar y despedirse es destino de los juglares- hemos pensado, en un melancólico momento, que acaso no regresaríamos jamás. "Paisajes que nunca volveréis por mis ojos", dijo Vicente Alexandre. Gracias a Dios no ha sido así ahora y Cudillero ha vuelto a ser beneficio de mi vista.

Conocía, y no lo he olvidado nunca, la ladera equilibrista, la minería de los peces, el olor a salitre de este pueblo, príncipe de la belleza en el Principado de Asturias. He cruzado muchas veces vuestra sagrada tierra manzanar y pina. Por Salas, por Pravia, por Luarca, y también por San Justo y por Cornellana le ha anochecido a este andaluz que hoy tiene el honor de pregonar vuestra fiesta. Mi corazón también se llama Cudillero, como en el título inolvidable de Jesús López Pacheco, y como él he visto, desde el puerto hasta la Lonja, a los aguerridos hombres del linaje de "El Colorau" y cómo, cuando se vacían las redes de su tesoro hecho de aluminio y de sombra, "sombrero de peces vivos llevan las mozas". Fue después de ver este brazo de mar y este codo al que Cudillero debe su nombre cuando quise echarle un piropo al Cantábrico:

En esta orilla / se acaba España. / ¡Qué bien termina!/ Algas marinas, / flotando, copan / sus cuatro esquinas. / En toda línea, / el horizonte / se difumina / y una llovizna / compensa al mar / su agua perdida. / En esta orilla / España deja / sus tierras íntegras. / No es infinita / la pobre España / y aquí termina. / ¡Qué bien termina!

Decía Chesterton que lo más curioso de los milagros es que ocurren. Para probarlo existe Cudillero, que es ya, gracias al esfuerzo de sus hijos más activos, un pueblo bien cantado, del mismo modo que fue siempre un pueblo bien pintado. Cudillero "vertical y genuflexo" de Manuel Avello, o receptor de lejanas gentes, algo así como un portal para guarecerse de los embates de la Historia, como lo vio Emilio Romero. Cudillero reconocible en las calles ocultas, en la ropa tendida, en la xana de caderas de noray, en la nasa que aguarda hambrienta, como la viera Pedro Rodríguez, compañero del alma, que ya no puede volver a mirar las minas azules que van de "El Rebeón" al "Mal Perro". A Pedro, que ya no puede volver aunque dejara una luz encendida en El Pito, amigo de tantas madrugadas altas y de tantos papeles volanderos, quiero ofrecerle esta emoción mía de hoy.

El mar es un esfuerzo hereditario, / una viña varada por el puerto. / Un arrepentimiento azul, diario, / por tanto y tanto marinero muerto. / La colecta del mar se establece / en estos territorios removidos / mientras el mar sin nadie se adormece / contando pasajeros sumergidos. / ¿Dónde empieza el mar?, ¿dónde termina? / Uva sin fin, pradera emocionada, / campamento de Dios, estambre y mina / para la flor y el cobre de la nada.

Sé bien, señoras y señores, amigos de Cudillero, que la belleza es un privilegio que no basta. En los hermosos lienzos de Casaus, que son como una plana embajada de esa belleza, no advierten quienes nunca estuvieron aquí que la armonía esconde dolor. Y que un pueblo donde habita tanta belleza está clamando por recibir un poco de justicia pescadora. Es cierto que a ningún ser humano le han tocado nunca buenos tiempos en que vivir. Muchos son los problemas y nunca se ven en las postales. Lo que llamamos "carácter" suple a veces cosas menos insólitas, pero más necesarias. He dicho alguna vez que el mundo es un pañuelo para enjugar las lágrimas del mundo. Un pañuelo que también sirve para decirle adiós. Por vez primera en la Historia de la Humanidad, esta pequeña bolita mal avenida que tan rápidamente releva a sus inquilinos puede ser destruida por sus propios huéspedes. Por todas partes suenan amenazas de guerra y de desastre. Hasta un pueblo como Cudillero, que parece que no es de este mundo, corre peligro en el mundo actual. Pero no es hora de tristezas, sino de júbilo. El verano está en puertas y con él las fiestas de San Pedro, San Pablo y San Pablín. La vida sigue y hay muchachas relucientes por las calles.

No demos crédito a los zodíacos funestos y mantengamos la celeste esperanza y el sentido agrupador de la fiesta en paz. Cuidemos al mar nuestro de cada día, no sea que se convierta en cementerio lo que es horizonte y en ruina lo que es despensa. El mar o la mar, que Rafael Alberti dice que no sabe si es niño o niña, es inmortal, pero no debemos atentar contra su vida.

El mar no puede morir. / Se quedará navegando / aunque no haya nadie aquí. / Que no, que el mar no se muere, / que no se puede morir. / Seguirá que va y que viene, / yendo y volviendo a venir / cualquiera sabe hasta cuándo. / Hasta que encuentre por fin / la playa que está buscando. / Él no se puede morir. / Se quedará navegando / cuando no haya nadie aquí.

Andando el tiempo, que nunca se está quieto, he vuelto a Cudillero, esa playa que el mar iba buscando, ese anillo en la larga mano azul y blanca y verde y de muchos colores más -que no es cierto que el mar tenga sólo siete colores- del Cantábrico insomne. He venido para comprobar que Cudillero es cierto, que las olas se suceden, que cada una entrega intacta su herencia y que la mar ancha y grande, como en el verso de Valery, está siempre volviendo a empezar. Pobre pixueto de metáforas, he vuelto para ver el níquel decidido de los peces y para oír esos acordeones que ya no existen pero que siguen sonando. He venido para entregarle un transparente clavel del Sur a Elvira Bravo, a conmemorar a un pueblo vivo y a acordarme de un amigo muerto. Me encomendé al empezar a vuestro Patrono, San Pedro Apóstol, pescador y papa, pero primero pescador, ¿verdad, Juan Luis Álvarez? Primero pixueto y luego santo. Pixueto de mi devoción y santo entre redes como telarañas de las habitaciones privadas de las sirenas y entre esas lanchas que siguen teniendo vaivén de cuna.

Os he traído unas palabras, que era lo único que había en el pobre zurrón de este pobre juglar. Pero son palabras verdaderas, os lo juro bajo palabra de amor. Os he traído sólo una giraldilla, que dicen los que saben que es cosa que incorporaron los marineros que allá abajo fueron a amar y a pescar. También uno ama el amor de los marineros que besan y se van, pero me duele irme después de haber besado el santo Pedro y haberme santiguado con agua del puerto. Y quisiera volver como ahora he vuelto, Volver a volver, como las golondrinas del romántico. Quisiera que ni este paisaje ni este paisanaje pasase por última vez ante mis ojos. Así sea.

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