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El avión de Lolo

La historia del anciano de San Cristóbal que intuyó la pandemia mirando al cielo

Acaba de cumplir 96 años. Vive en su pueblo de siempre: San Cristóbal de Malleza. Manuel Fernández (Lolo Ca Maruxo) solo tiene un achaque: está casi sordo. Ve la televisión pero no puede escucharla aun cuando los dos hijos que lo cuidan, Arcadio y Tino, elevan el sonido al máximo. Desde hace tres meses Lolo tenía la mosca sobre la oreja. Hace unos días preguntó en casa: "¿Pasa algo que ya no veo el avión que va a Galicia?". Le hablaron del coronavirus y no le dio mayor importancia. Está a lo suyo. Si hace buen tiempo sale a la antojana, se sienta en un banco, apoya las manos en el bastón y mira hacia La Arquera y Mallecina, que los tiene enfrente, para ver si hay algún vecino segando ya que "conozco de memoria de quien son todas las fincas que se ven desde San Cristóbal".

El otro día a Lolo le bajaron a La Barraca porque se celebraba una pequeña fiesta con motivo del cumpleaños (92) de Claudio, el dueño del pequeño "corte inglés" (un poco de todo e incluso molino maquilero) que hay en este pueblo de apenas cuatro casas situado a orillas del río Aranguín. Y se juntaron en esa fiesta dos hombres que entre ambos suman la friolera de 188 años. Y Lolo dijo de Claudio: "No pasa un día por él, ta feicho un chaval". A lo que su amigo Claudio contestó que "a Lolo lo veo tan bien que lo veo ya alcanzando los cien años".

Lolo trabajó en el campo. Claudio es comerciante desde niño. Y si al primero esto del coronavirus le preocupa poco porque le dicen que por estos pueblos no hubo ningún afectado, su vecino y amigo de La Barraca siguió al frente de su bar-tienda con toda normalidad los siete días de la semana ya que el Ayuntamiento de Salas, declarada la alarma, designó a Casa Claudio como establecimiento colaborador de los servicios de emergencia para los pueblos de esta comarca.

Ahora llega el buen tiempo con cielos despejados. Lolo Ca Maruxo sigue mirando hacia arriba para ver si vuelve a pasar el avión de Santiago de Compostela. Y con cierta frecuencia coge una escoba y barre la cuneta de la carretera de su pueblo que sigue hasta El Cándano. A sus 96 años no deja que se acumule ni una sola hoja de castañal en la cuneta. Es un caminero muy bueno, pero sin sueldo. Por amor al pueblo. ¡Qué pocos nos quedan!

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