Resulta muy difícil imaginar Trabáu sin Victorino García, el cunqueiru, que se nos fue a los 57 años dejándonos huérfanos del sonido del torno cuando gira sobre la madera y suena como un suspiro corto, como cortando el aire. Ese es mi primer recuerdo de él, cuando le conocí hace años para hacerle un reportaje sobre los cunqueiros, los tixileiros. Imponía ver a Victorino trabajar el torno, con esa fuerza y con ese orgullo de transmitir un oficio, una cultura, una forma de vivir, por cuya defensa luchó toda su vida. Una lucha que se extendió a reclamar, para el Suroccidente, la atención que se merece. Una lucha abierta, una guerra personal y casi en solitario que él tenía contra la despoblación, pues sufría viendo cómo las aldeas se iban quedando vacías. Era fácil ver el sentimiento de rabia e impotencia en sus ojos cada vez que se hablaba del tema.

De ahí que año tras año, en su Rincón Cunqueiru, y junto a personas de la misma calidad humana que él, como su hermano Enrique, su cuñada Rosa Cunqueira y su sobrino Víctor, su gran continuador, celebrasen todo tipo de actividades relacionadas con la cultura tradicional y con el apego a las raíces, donde terminaba convirtiéndonos a todos en seguidores de su causa: enseñándonos a valorar el entorno natural que tenemos en Asturias y, en su caso, en la zona que habitaba. Y no solo eso, implicándonos también en su defensa. Porque eso es lo que tenía Victorino, su capacidad para abrirnos los ojos ante una realidad rural nada edulcorada y al tiempo convertir en orgullo personal el luchar por ella.

Y lo más importante, Victorino García era un buen hombre. Generoso, entrañable, de corazón abierto; valiente y buen amigo para mucha gente que lo visitaba, sin olvidar su sentido del humor, esa fina ironía suya que hacía que, en medio de una charla seria, de repente no pudiéramos evitar reírnos a carcajadas, incluido él.

Se nos ha ido el artesano, el defensor de la tierra, quien puso a Degaña y a los cunqueiros en el mapa, pero nos ha dejado su legado. Hoy tu espíritu libre recorre los bosques que tanto amabas. Cuídame esa peña donde sabes que tengo mi rincón y a la que espero volver, aun más ahora, para recordarte como te mereces. Gracias por tanto, Victorino. ¡Hasta siempre, cunqueiru!