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El Puentón

Tristeza y rabia contenida

El robo sin escrúpulos de las imágenes de la ermita de Narciandi

Los amigos de lo ajeno han logrado enervar los ánimos de creyentes y ateos en un pequeño territorio del concejo de Cangas de Onís, donde las vistas son tan maravillosas que engatusan a los visitantes y turistas que se acercan a descubrir aquellos lares. Me refiero a los núcleos rurales de Nieda, Narciandi y Cabielles, tres pueblos que desde el año 1996 organizan, conjuntamente, sus fiestas patronales de San Cosme y San Damián, a finales del mes de septiembre, llenas de asturianía y colorido. Tres localidades sumidas en una profunda tristeza, además de rabia contenida, por la profanación de unos energúmenos a la vetusta ermita de San Pedro de Narciandi -su denominación original- o de San Cosme de Nieda.

Lo acontecido en ese lugar, bien el pasado viernes o el sábado, no tiene nombre ni parangón. Cualquier exabrupto que se pueda verter se queda en mínima expresión a la hora de calificar el robo de las cuatro imágenes que se veneraban en aquella coqueta capilla. Para muchísima gente de la zona -incluso para quienes residen a miles de kilómetros de sus raíces familiares- la tropelía cometida es como si les hubiesen dado una puñalada en el corazón. Una profanación que causa estupor en los vecinos de esos coquetos pueblos cangueses, sin importarles a los indeseables el daño hecho. No es el valor económico de las tallas o imágenes, sino el sentimiento y la devoción profesados.

Parece mentira que, llegados al extremo, algún experto en antigüedades o similar pueda adquirir por cuatro monedas los santos robados, en el supuesto de que les sean ofrecidos por los malhechores. Seguro que los vecinos de Nieda, Narciandi y Cabielles estarían hasta dispuestos a dar una donación económica, a modo de recompensa, con tal de que los santos retornasen a su lugar de origen. El daño está hecho, con profundas heridas, pero a veces el mundo es tan pequeño que hasta un fugaz rayo de luz podría llevar a descubrir, finalmente, a los autores del sacrilegio. Me temo que no anden muy lejos, sino más bien todo lo contrario.

No me extraña que el presidente de la comisión de fiestas de San Cosme y San Damián, Juan Carlos González Narciandi, consternado y enrabietado, removiese Roma con Santiago desde la misma tarde del domingo, para tratar de dar con lo robado. Cierto es que la Policía Local y la Guardia Civil, tras presentarse las denuncias pertinentes, están realizando pesquisas, pero no sería nada descabellado que si alguien descubre esas añoradas imágenes religiosas en los mercadillos de antigüedades se atrevieran a poner el asunto en manos de las fuerzas y cuerpos de seguridad. Tan culpables son los ladrones como quienes adquieran las tallas sustraídas para, posteriormente, colocarlas al mejor postor sin importarles ni un pepino su procedencia.

Desde un principio, cuando las bravas gentes de los pueblos cangueses de Nieda, Narciandi y Cabielles dieron aquel paso, a mediados de los 90 del siglo pasado, para unir sus fuerzas y pelear por contar con uno de los mejores festejos "de prau" de la comarca del Oriente de Asturias en los coletazos de la temporada estival, observé una involucración vecinal plena, sin precedentes, alejada de cualquier atisbo de localismo cerrado.

Ahora, a raíz de este desagradable incidente, al arrancarles el alma unos malnacidos, he vuelto a percibir esos síntomas de que la unión hace camino, en este caso en pro de un objetivo muy claro: recuperar los santos que les fueron usurpados con nocturnidad y alevosía. Hasta es posible que los que cometieron la violación estén incluso arrepentidos.

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