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Un llanisco singular

Rogelio Puertas, llevado al cine por Gonzalo Suárez

Rogelio Puertas Haces (El Mazuco, Llanes, 1938) siempre hizo, de crío, lo que le vino en gana, y de mayor probablemente también, dadas su anomalía genética, su singularidad física y su forma de ser, alegre y extravertida, todo lo cual despertaba ternura e indulgencia en los demás y contribuía a hacerse querer con alcance universal. Su padre se lo consentía todo, guiado por el instinto protector de alguien que tiene un ser querido en inferioridad de condiciones, afectado por enanismo. Rogelio es el tercero y único varón de los cinco hijos que tuvieron Fernando Puertas Amieva y Josefa Haces Puertas, un matrimonio de labradores de El Mazuco. La primogénita era Francisca, y luego estaban Benigna, él, Albertina y María Josefa.

Como muchos otros llaniscos, el padre de familia emigró en solitario a tierras mexicanas durante unos años, ya casado y nacidas sus dos primeras hijas. Al regresar, sus convecinos empezaron a llamarle "Tabasco", nombre del estado del sureste de México en el que había residido. Aquí se dedicaría a delimitar y partir fincas en los siempre problemáticos repartos de herencias, e iba y venía andando desde El Mazuco a los sitios donde era reclamado.

Rogelio fue a la escuela hasta los catorce años, pero lo hacía sólo cuando podía o quería, ya que en casa no faltaba tarea, como atender las vacas o ir a la hierba.

De joven, lo andaba todo, y su presencia estaba garantizada en las romerías y verbenas del concejo. Él y Cosmín Menéndez (el otro enanito que hizo historia en Llanes) eran los llaniscos vivos más populares, y con frecuencia, en verano, era invitado por indianos de México y Venezuela a ir con ellos en sus "haigas" a todas partes. En su salsa, se le veía en las fiestas tocado con un sombrero tejano y saboreando un habano más grande que él. Mocero y gayaspero, en el café Los Ángeles, de Posada, se mostraba rodeado de guapas mozas, a las que regalaba caramelos e invitaba galantemente a tomar un refresco. En la fiesta de los Santucos de Porrúa alguien le subió una vez al templete circular del parque de La Corrada (el original quiosco para orquesta diseñado en 1934 por el arquitecto Joaquín Ortiz), le colocaron sobre una banqueta, y en los altavoces sonó una pomposa presentación: "¡Señoras y señores, queridísimo público: va a cantar para todos ustedes Rogelio Puertas!" Se hizo un silencio, roto por el guirigay de la tómbola y el clamor de algún petardo de feria, y Rogelio entonó muy dignamente, con señorío, sin ningún complejo, la asturianada "Hay una línea trazada".

Buen artesano de la madera, hacía cunas (una la entregó en Ribadesella como obsequio para los entonces príncipes Felipe y Leticia, de recién casados, pero parece que no llegó a su destino), banquetas y praderas, y lo vendía todo muy bien por mercados y ferreterías.

Hubo un tiempo en el que trabajó cerca del cielo como vigilante en la prevención de incendios. Subía al pico Los Resquilones, dormía con un transistor en la mano en un refugio de piedra (una minúscula caseta levantada por el Icona), y puntualmente le llevaban alimentos y baterías para la radio. Ese refugio sería conocido luego como "la caseta del enanu".

Rogelio tiene hechuras de leyenda, y eso lo vio en seguida el cineasta Gonzalo Suárez, quien, al modo felliniano, no dudó en incorporarle al reparto de cuatro de sus películas: "Una leyenda asturiana", "Epílogo", "Don Juan en los infiernos" y "Mi nombre es sombra". Se convirtió en actor, pero también en personaje literario, pues aparece en las páginas finales de la novela "El síndrome de albatros", del propio Gonzalo Suárez.

Rogelio, que cumplió en diciembre ochenta años, vive ahora en la residencia Faustino Sobrino (el secular asilo de Llanes), sordo y baldado, pero con los recuerdos de sus andanzas completamente vivos. Sigue siendo un niño mecido en las nubes de El Mazuco.

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