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Regoyos y el ensanche de Ribadesella

La historia del arquitecto, padre del famoso pintor, que se adelantó a su tiempo en el urbanismo local

El arquitecto Darío de Regoyos Molenillo, el padre del famoso pintor, labró su fama profesional en Asturias, pues a principios de 1858, a los pocos años de estar destinado en esta provincia, fue llamado a Madrid para ser profesor en la recién creada Escuela de Ayudantes de Obras Públicas. Para la elección fue determinante la amplia formación técnica de Regoyos, que preparó todas las materias del examen de arquitecto compaginando las clases nocturnas con su trabajo de escribiente en el Ministerio de la Gobernación, y además asistió como oyente entre 1841 y 1843 a la Escuela Especial de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos, cuyo director era Juan Subercase, compañero de promoción de su padre, el ingeniero Domingo Regoyos Achúcarro.

Regoyos Molenillo llevaba en la sangre la ingeniería, pero decidió examinarse de arquitecto por razones prácticas y lo hizo por libre a finales de 1843, en la última ocasión del plan antiguo, pues en 1844 la Academia de San Fernando dejaría de dar las titulaciones de esta materia, que pasaron a la Escuela Especial de Arquitectura. El examen de Regoyos fue intenso y memorable; se alargó mucho debido a que introdujo explicaciones de ingeniería en sus respuestas. Incluso tuvo un desmayo, sin consecuencias, durante la sesión. Su capacidad y actitud impactaron al tribunal, presidido por el asturiano Juan Miguel Inclán Valdés, vicesecretario de la Academia (y primer director de la Escuela Especial de Arquitectura en 1844), que redactó el acta y no ahorró elogios hacia el examinando.

No sabemos exactamente cuándo fue destinado a Asturias, pero en junio de 1846 ya estaba auxiliando al ingeniero José Elduayen en el trazado del Ferrocarril de Langreo, cuyas explanaciones comenzaron en 1847. Por otra parte, no le debió venir mal a un liberal como él (argüellista y esparterista) alejarse un poco de la corte, donde en esos años campaba el autoritarismo de Narváez. En septiembre de 1852 fue inaugurado en Gijón el primer tramo del ferrocarril por Mª Cristina de Borbón, la reina madre, "habiendo salido uno de los ingenieros del ferro-carril, el señor Regoyos, a preparar los arcos de triunfo y otros festejos", dice la prensa de la época. La regia dama se dio un paseo de legua y media en un tren preparado para la ocasión, evento que aparece plasmado en un conocido óleo de Jenaro Pérez Villaamil.

Justo después fue destinado a Ribadesella, donde llegó a finales del verano de 1852 acompañado por su madre viuda, Juana Molenillo. En Gijón quedaba su novia Benita Valdés, con la que ya había tenido una hija en 1851, aunque lo llevaban en secreto. El escándalo se evitó en diciembre de 1852, cuando se casaron y se instalaron en Ribadesella, donde habrían de residir más de cinco años, durante los cuales nació el futuro pintor.

El arquitecto había sido nombrado por el Ministerio de la Gobernación celador del primer tramo de la carretera de Ribadesella a Castilla por el Pontón. En este nuevo trabajo se puso de relieve su conciencia social, pues en 1854 los jornaleros estaban siendo estafados por quienes les vendían a precios de usura los comestibles. El abuso fue atajado por Molenillo, que organizó "un depósito de pan, y alguno que otro frugal alimento, en cada uno de los destajos para que todos los trabajadores que quieran se surtan al fiado de lo que necesiten, a descontar el valor al fin de la quincena al precio que tengan dichos artículos en el mercado de la villa, que es de donde los toma", dijo la prensa.

Durante su estancia en Ribadesella, estando paralizadas las obras de la carretera en 1856, redactó un proyecto para la ampliación de la iglesia de Colombres, asunto recogido por José Antonio Samaniego en un reciente libro. Las obras (empezadas en 1858, cuando el arquitecto ya estaba en Madrid) fueron muy considerables: se añadieron dos capillas laterales, un atrio y un nuevo cabecero dotado de transepto, ábside y cúpula, todo ello con sus cubiertas de teja y su solado de piedra caliza. Lo más espectacular de la intervención de Regoyos fueron las dos torres, rematadas por pináculos de aire herreriano, y la fachada, resuelta en sobrio estilo neoclásico.

Pero la obra asturiana más notable de Regoyos Molenillo quedó en Ribadesella, cuyo ensanche se adelantó en varios años a los de las grandes ciudades españolas. En 1853 el Ayuntamiento le encargó que dibujara el plano de la nueva población que debería construirse en el espacio ganado a la ría tras la construcción del puerto, comenzada 70 años atrás. Desde los muelles hasta las casas del pueblo lo único que había era una gran extensión de fangales sin rellenar ni urbanizar, y el Ayuntamiento tuvo que afrontarlo con sus propios medios. En 1852 el Consistorio pidió permiso a Oviedo para enajenar los solares del ensanche, que según ellos debían considerarse como "propios del concejo" porque la obra había sido financiada con impuestos locales, y el Gobernador dio licencia, por lo que ahora le tocaba al Ayuntamiento diseñar la nueva población, traer agua, dictar expropiaciones y trazar alineaciones, calles y alcantarillas, uniéndolo todo al resto del pueblo.

Regoyos Molenillo llegó providencialmente en el momento oportuno. Por encargo municipal preparó el plano y la memoria de la nueva población, que fue remitido a principios de 1854 a Oviedo y Madrid. En la corte se emitió una Real Orden en febrero de 1855, dándose el Gobierno por enterado "del expediente instruido para la alineación y aumento de la villa de Rivadesella, y deseando proceder con arreglo a las leyes en tan importante asunto se ha servido resolver que se remita a V. S. el plano de dicha población (?) para que sirviendo de instrucción al Ayto. y Diputación Prov., fijen éstos definitivamente la alineación de la villa y puerto".

El plano del ensanche, hoy desaparecido, fue trazado antes que los de Madrid (1860), Barcelona (1860) y Bilbao (1876), aunque tardó muchos años en verse realizado del todo. Regoyos no quiso cobrar por este trabajo ni por su labor como arquitecto municipal, y Ribadesella le regaló en 1855 un solar: "D. Darío de Regoyos, arquitecto de la Real Academia de San Fernando y establecido en esta villa, se ha ocupado simultáneamente en asuntos de la misma con beneficio de ella y de sus habitantes, levantando plano, practicando reconocimientos y ejecutando otros trabajos propios de sus conocimientos científicos, interesándose en la felicidad de la población, en el fomento de obras, procurando trabajos, empleando jornaleros y ocupándose en todo lo que se le ha encomendado, sin que hubiese sido retribuido".

Eligió un solar de 4.000 pies cuadrados en el muelle, aunque no llegó a edificar en él, pues a principios de 1858 se trasladó a Madrid con toda su familia para ocupar la plaza de profesor. En 1872 decidió venderlo, seguramente para aliviar sus gastos en actividades políticas en apoyo de Sagasta y Serrano durante el agitado "Sexenio Democrático" (1868-1874). Se lo compraron por 2.000 pesetas los comerciantes Manuel Caso y Teresa de la Villa, que construyeron un bonito edificio que aún existe.

Con el plano en su poder, el Ayuntamiento pidió permiso en 1867 para enajenar los solares del ensanche y poder afrontar los gastos de su urbanización, pero le fue denegado porque ahora se consideraban "comunales" y no "propios del concejo". Los empezó a vender en 1873, aunque lentamente, y en 1878 solicitó ayuda estatal invocando las leyes de 1876 y 1877, por las que Hacienda cedía a los Ayuntamientos durante 25 años las contribuciones de los edificios que se construyeran en los ensanches, pero a Ribadesella también se le negó, pues cuando había hecho el suyo no se había ajustado (era imposible) a unas leyes que se redactaron posteriormente, a la medida de los de Madrid y Barcelona.

En 1885 el Ayuntamiento pidió que se diera por buena la aprobación gubernamental de 1855 para poder acceder a los beneficios tributarios, pero en Madrid no apareció documento alguno relacionado con el plano ni con la memoria de Regoyos, como si alguien o algo los hubiera borrado de los archivos de la Administración. El arquitecto, fallecido en 1876, ya no podía ayudar y Ribadesella se quedó sin nada. Se pagó así el precio que pagan quienes se adelantan a su tiempo, como se adelantó el proyecto del ensanche riosellano a los grandes ensanches diseñados por los jerarcas del urbanismo español.

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