No veas querido Antonio, lo difícil que me va a resultar el pergeñar unas palabras, en mi deseo de que sean publicadas en este periódico tan ovetense como tú, aunque siempre llevaste a gran honra el haber nacido en Ciaño Santana. Pero por avatares de la vida, incluida la guerra fratricida, el destino te trajo para Oviedo de muy niño, al cobijo de tu querida madre Olvido, aquella buena moza que yo conocí, que en plena juventud se quedó viuda con tres hijos a causa de aquella contienda. Tú eras el más pequeño de los tres hermanos y recuerdo que vivíais en el portalón de la calle de la Rúa por el que hoy se acede al Museo de Bellas Artes. Hablo de los años cuarenta, por tanto, ya sobrepasan setenta años desde que comenzamos nuestra amistad en la más tierna edad, hasta que ayer me llamó tu esposa Rosa para comunicarme el triste desenlace. Posiblemente cuando fui a visitarte la pasada semana, ya no me hayas reconocido; pero tanto Rosa como tu hija, que se desvivían por atenderte, me dijeron que al verme esbozaste una ligera sonrisa, lo que quería decir que notaste mi presencia. Es que esa amistad tan entrañable a través de los años y de haber pasado tantas vicisitudes juntos, quedan ahí patentes hasta el último aliento. Fuiste un verdadero campeón luchando contra la enfermedad y te sometiste a varias intervenciones quirúrgicas, con las que lograste seguir adelante bajo el atento cuidado de tus familiares queridos, porque verdaderamente te adoraban. Claro que tú también fuiste todo un patriarca para ellos. Un hombre ingenioso, con una inteligencia preclara, que encaja perfectamente con el término emprendedor, hoy tan en boga. Yo que viví tus pasos desde niño, siempre estuve al tanto de tu formación, pudiendo decirse que fuiste un verdadero autodidacta y a fuerza de tesón y de un gran amor propio, te fuiste cultivando, hasta llegar a ocupar como funcionario, un cargo de gran responsabilidad en el departamento de Transportes en la antigua Obras Públicas, situada en la Plaza de España. También recuerdo de cuando ocupaste un puesto relevante en la Caja de Ahorros de Asturias, como representante del funcionariado del Estado. Hasta llegar a esas relevantes posiciones tuviste que luchar mucho. Te habías casado muy joven y para sacar adelante a los seis hijos había que agudizar el ingenio.

Siempre fuiste un personaje muy peculiar. Ya de niño tenías muchos amigos entre las personas mayores, como lo eran nuestros padres. El mío te adoraba y todavía me recordaba Rosa cuando en una ocasión le regalaste a mi padre unos ratones blancos que se paseaban por sus hombros cuando estaba trabajando. Y es que ambos erais muy amantes de los animales y sobre todo tú, que tenías un don especial, hasta el punto, que tal parecía que dialogabas con ellos. Fuiste adquiriendo palomas mensajeras, hasta que te convertiste en un consumado colombófilo. En las sueltas que organizaba la sociedad, tú eras de los más premiados. La última mascota que tuviste fue "Sabin", hace poco tiempo, con el que estabais entusiasmados tanto tu hijo Gabi como tú. Era un perrazo mastín impresionante, pero de una gran nobleza y bondad, transmitida por sus dueños. El pobre Gabi se llevó un gran disgusto cuando se murió, al igual que tú. Y después de algún tiempo también falleció tu querido Gabi, golpe del que tú ya no pudiste sobreponerte.

Son muchas las andanzas que vivimos juntos. Ambos fuimos cofundadores de la Sociedad Micológica la Corra, de la que tú también fuiste presidente. Hasta aquí ya habíamos dejado muy atrás, nuestras correrías por la plazuela de Riego, en donde jugábamos partidos de fútbol de once contra once: pero con una pelota de trapo que nos confeccionaba magistralmente un tal Sevilla . Los dos fuimos juntos a aprender, tú a tocar la guitarra y yo la bandurria con Jesús el Rana, en la calle Paraíso. Era un buen maestro y por entonces dirigía la rondalla del Frente de Juventudes en la calle San Vicente. Formamos parte de aquella agrupación durante algún tiempo.

En fin, querido Antonín; fueron tantos años los vividos en mutua compañía y con tantas secuencias, que es imposible referirlas en esta breve nota de prensa. No es de extrañar que dijeras siempre a tu familia que yo era tu otro hermano. El uno, Faustino, que es el mayor, Manolo, fallecido muy joven, y el otro, Armando, con lo que me sentí muy feliz, cuando decís esto en mi presencia.

Con tu ausencia Oviedo pierde un ciudadano entrañable.Tus amigos te echaremos mucho de menos y tanto Rosa, como los hijos y tu hermano Tino, y demás seres queridos, van a derramar muchas lágrimas con tu ausencia. Todos te deseamos el descanso eterno que te mereces, querido Antonín.