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la columna del lector

La noche de la Iguana

La noche del 19 de septiembre de 2015 comienza en La Ería, bajo la inmensa carpa, con una expectación inusitada.

El rock en su más puro y duro sentido ya no concentra a multitudes. Hace tiempo que dejó de ser una referencia estética, generacional y provocadora de una sociedad que ha cambiado mucho desde "I can't get no satisfaction".

"Diamond Dogs" era quizá la banda más conocida, elegante y de un estilo más "brucesprinstiniano" o rock setentero (alusiones a "Free", "Bad Co." "Small Faces" y similares), pero la mayor parte de los asistentes fuimos a celebrar "La noche de la Iguana".

James Newell Osterberg, Jr (Iggy Pop) daba su único concierto en España.

Es sorprendente que este icono del pre-punk y el rock más Animal (rock'n'roll animal es una buena referencia) fuese capaz a sus 68 años de atraer a un público veinte y treintañero. Más aún que, su segunda canción, "I wanna be your dog" fuese coreada por un público entregado que, tras "Turbonegro" (con un vestuario que parecían unos "Village People" punkies) ya hubiese dejado, más que caliente, "cocido" al personal más próximo al escenario.

Es digno de reflexión que un casi septuagenario, herido por el rock and roll, desafiase a su público mostrándoles el dedo índice (vamos, una "peineta") mientras repetía (continua y obsesivamente) "fuck" y "fuck it" como un mantra, a un público que podían ser sus nietos.

Iggy Pop se quitó la cazadora y dejó al descubierto su torso desnudo: era previsible, pues es su seña de identidad. Nos mostró su piel ajada por el paso del tiempo. Su rostro arrugado, su caminar irregular y errático (cojea ostensiblemente, por problemas de cadera) era quizá la factura de su etapa de inmersión en las drogas, los excesos. Como si todos los avatares, vicisitudes, heridas y emociones de los años 70, 80 y 90 hubiesen quedado grabados en su cuerpo flaco y frágil.

En escena continúa siendo el mismo. Se mueve sin una coreografía o elegancia de movimientos (es instinto animal lo que impulsa su cuerpo). En esto no ha cambiado. Tampoco da tregua al encargado de liberar el cable del micrófono, que se enreda por todo el stage. Hubo un momento a mitad de la actuación que se sumergió en sus demonios internos. Sus guitarristas, bajo y batería le siguieron con un tono más oscuro y sombrío, se alejó del público para transitar por sus historias más personales y crípticas. Pero la Iguana renació al final con los temas más rítmicos y con un público que, inasequible al cansancio, pedía más.

Gran noche de retorno a los 60-70, de la mano de un icono al que es muy difícil de comparar con otra institución rockera de la época, ya que además muchos ya están muertos.

Quizá sobró el cacheo individual al que la Policía Municipal sometió a los asistentes, como si de presuntos delincuentes detenidos se tratase. Este trato típico de épocas pretéritas de infausto recuerdo resultó inaceptable y, lo que es más contundente, innecesario. El rock and roll resultó ser una momentánea, plácida y sentida escapada de la zozobra que los reales delincuentes (no hace falta que los señale y diga dónde están) nos provocan.

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