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Con vistas al Naranco

Laviada

Un apellido que despierta recuerdos artísticos

No estaba el movimiento anulado, sino contenido.

Rubén Suárez

¡Cuánto me suena el apellido Laviada unido a la industria fina y al arte! Sin embargo, la irrupción de una nueva pintora con ese nombre, María Antonieta Laviada, proveniente del Gijón, en distintos niveles y magnetismos, de Piñole, Valle, Aurelio y Antonio Suárez, Alejandro Mieres, Navascués, Arias, Melquiades Álvarez, Álvarez Sala, Del Río, Rubio Camín, Reyes Díaz, Armando, Prendes, Medina, Osorio, Marola, Abades, Moré... no ha dejado de sorprenderme gratamente. Y, aún más si cabe, la respuesta en una entrevista del siempre ocurrente Javier Cuervo sobre su imaginativa grafía cuando ejerció contabilidad en una empresa constructora: "Tenía que poner los números en rojo o en azul y yo jugaba con los colores, aquí verde, aquí azul. Me echaron enseguida".

Como precisamente Contabilidad es una de las materias que pasé en Económicas/Empresariales, me ha divertido imaginar, sin esa creatividad artística, aquellas lejanas y aburridas clases, llenando el Libro Diario, el Mayor, los Balances... con toda la gama del arco iris...

Son de un Laviada las figuras que rodean al Tartiere del paseo de los Álamos, hieráticamente sentado por Víctor Hevia, que saludaba Lena, o Marta según el original recuperado, en "Nosotros, los Rivero". ¿A quién se le ocurrió tapar los órganos masculinos como algunos talibanes siguen haciendo con los pechos femeninos que no soportan ni la Venus de Milo de un arte supuestamente degenerado? O quizá no haya habido tal reserva prejuiciosa y se trata simplemente de pudorosos obreros, antirrenacentistas, de los siglos XIX y XX. Tengo vago recuerdo de haberlo hablado con Tolivar Faes, máxima autoridad del ovetensismo ilustrado, aunque mi errática memoria no abarca pliegues que me gustaría.

Esta Laviada me ha traído a dos artistas no muy afamados, por mí valorados íntimamente, que fueron sus maestros, César Pola, al que también tuve el honor de conocer, y José Antonio Menéndez Hevia, Diher, del que ha mucho no sé.

De este último había un montón de sucursales del Banco Herrero que algunas habrán resistido las guillotinas de la Caixa y del Sabadell, poblachón catalán donde hubo quien quiso quitar a Antonio Machado del callejero. La que no termina de reabrir es Jena, en la calle Principado, con el destrozo de su audaz fachada debida, ¡también! a Diher.

Oviedo es, o era, topadiza con el arte decorativo de Chus Quirós, Juan Vallaure, Goico Aguirre, Fernando Alba, Castelao, Bono-81, los Zaragoza, Del Fresno, Manolo Valdés, Reguera, Paulino Vicente Jr., Vaquero, Jaime Herrero, Humberto, Herminio, Grajera, las copias de Julio Antonio, Elías/Santamarina, F. López/Lana, Vivancos, Nava, Paredes, Pablo Lillo, Sanjurjo, Madroñero y el fugaz segundo incendio, sólo artístico, del Campoamor..., y ya bien siento no incluir en mi nómina a Úrculo, antiguo amigo, tras sus excesivas tomaduras de pelo a la ciudad. Creo que falta, en su lugar natal, mi pariente Patricia Urquiola, ya en el MOMA neoyorquino. Sí es fácilmente encontrable el reciente cementerio de horrores escultóricos de pésimo gusto del que salvaría, no obstante, la obra de Huguet, El Manolo de Josep Pla, y puede que el metafórico Carbayu, de Miguel Ponticu, en La Florida/plaza Díaz Merchán. De la esencia urbana forman parte el ventanal de San Tirso y el de cruz griega de Rúa 15.

En fin... Laviada no es nombre de tango, que dirían mis admirados Almudena Grandes/G. Herrero, sino de Arte, y ahora un talento descubierto en respuestas de aparente cromatismo incolor.

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