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El Otero

La capilla olvidada

Una visita a La Cadellada y a los frescos olvidados de Paulino Vicente

Si la vieja capilla de La Cadellada, en las inmediaciones del HUCA, fuera un ser humano confieso que tras visitarla me hubiera ido con la sensación de dejar atrás a una persona triste. A alguien que, superada la rabia y la frustración, vive mansamente en la resignación. En la derrota. Que se siente abandonada. Olvidada.

La pintura que un día enlució la pared se cae como indolentes jirones desconchando el antiguo esplendor. La hiedra, insolente, trepa por sus paredes conquistando irrespetuosamente un espacio que no le corresponde. En el tejado crecen, ante la indiferencia de todos, de forma procaz, hierbas mil. Las vidrieras, heridas, ya no filtran solo la luz, también el agua y los pájaros. Me asomo a su interior casi con temor. Con cierta inquietud. Las hojas secas se mecen despreocupadas por el suelo. El polvo, signo y síntoma de una flagrante omisión, cubre días y enseres. El altar, mudo y desnudo, preside el silencio. Y en el testero, la magnífica pintura al temple que reproduce la Santa Cena, obra firmada por Paulino Vicente en septiembre de 1963, interroga a quien quiera mirar sobre nuestra preocupación y cuidado por el patrimonio de todos. A fin de cuentas, es sólo una insignificante capilla. O no.

Obra de Manuel Bobes, data de 1940. Es de nave única, bóveda de cañón, cubierta a dos aguas y torre de campanario de chapitel octogonal. La campana, proveniente del antiguo psiquiátrico, luce la inscripción "Santa María ora pro nobis. Año 1898". Pero la campana ya no tañe. No anuncia ni gozos ni tristezas. Ni siquiera asusta a las palomas que han colonizado el espacio sin nadie que las incomode. No puedo dejar de mirar las pinturas, ¡son magníficas! Cuentan que pacientes actuaron de modelos en su día. Pero ahí están, entre el polvo, escombros, la clamorosa desidia y una abúlica negligencia.

Hay capillas que acabaron como salas de exposiciones o de conciertos. Incluso alguna como un bar de moda. Otras terminaron como cobijo para el ganado. O cediendo sus centenarias piedras para otras construcciones. Pero quizá lo peor sea consumir los días entre la desgana y la impasibilidad de la administración regional, su propietaria, que no quiere o no sabe qué hacer con ella.

Y ahora podríamos preguntarnos, ¿qué significa una capilla? Pues depende. Para unos, esa cruz que apunta al cielo ovetense a la sombra del gran hospital puede ser un signo de esperanza. Quizá para otros pudiera ser un espacio de recogimiento. Incluso para aquellos a los que la cruz les sea indiferente, podría ser una especie de remanso de tranquilidad en medio del bullir de un gran hospital. Tal vez un espacio religioso multiconfesional. En cualquier caso un alto en el camino del dolor propio o ajeno. Una fuente de calma ante la enfermedad. Cualquier cosa es mejor que dejarla convertirse en una ruina.

Ciertamente en Asturias hay mucho patrimonio que atender. Pero en el caso de esta capilla, bien por lo que es como por lo que puede significar, tanto la administración regional como la municipal deberían implicarse en buscar una solución de forma inmediata que desemboque en una restauración digna. Cada vez que perdemos parte de nuestro patrimonio histórico, natural, o cultural estamos perdiendo una parte de nosotros mismos. De nuestra historia.

No dejemos que el polvo del olvido la tape para siempre.

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